Luces y sombras de la libertad económica
Eres un joven de veintitantos años, quien culminó su universidad, inicia su carrera profesional y recibe ingresos todavía bajos. Podrías irte a vivir solo, pero prefieres ahorrar el arrendamiento para una maestría, una cuota inicial de vivienda u otras inversiones.
Tus padres, a pesar de que por tu edad ya no tienen deber de manutención, te dicen: hijo, no te preocupes. Sigue viviendo en casa que aquí ni te falta ni tienes que pagar nada. Pero como dice una famosa frase: nunca hay almuerzo gratis. Tus padres empiezan a cobrar su apoyo económico. Protestan por tus amigos, gustos y horas de salida, entre otros temas. Te controlan como si fueras un niño de cinco años. Luego de varios meses, abandonas el hogar, olvidando tus planes de ahorro y prefiriendo vivir en un lugar compartido con cinco jóvenes más, pequeño y alejado de tu trabajo.
Una relación similar ocurre entre comerciantes y Estado. El empresario quiere ser libre, pero cuando su negocio es vulnerable a causas internas o externas, pide apoyo. El Estado, como el padre del ejemplo, le dice: confíe en mí, no dejaré que naufrague en las aguas turbulentas de los mercados. A cambio de menores impuestos, subsidios, préstamos blandos u otras prerrogativas, restringe la libertad de quien pidió ayuda. Para vender el trueque, el Estado padre le dice a su hijo empresario: yo sé mejor que usted que le conviene, déjese regular, cobre estos precios, venda tales productos, contrate con esta lista de proveedores, y así sucesivamente.
Al poco tiempo y como el joven del ejemplo, el empresario se asfixia en un mar de burocracia y obesidad regulatoria. Subsiste la opción de rebelarse, migrando a un sector económico diferente o a otro país más libre, pero los grilletes normativos y el apego a las dádivas pueden impedirlo, con lo cual los empresarios terminan en una situación parecida a la de los invitados a una fiesta en la película El ángel exterminador, de Luis Buñuel, encerrados por un buen tiempo.
Obvio, tal dependencia es malsana. Las empresas son como las personas: florecen mejor en libertad que bajo cautiverio o domesticación estatal. La razón es sencilla: un empresario, curtido en mil batallas, sabe mejor como hacer negocios que un burócrata que nunca ha ejercido el comercio.
Paradójicamente, cada vez se respetan más las libertades individuales, lo que es loable, pero, con cierta incoherencia, la deferencia es menor con las libertades económicas. Así, el Estado no suele interferir en lo que hacen las personas en sus casas pero sí en la conducta de los empresarios en sus oficinas, diferenciación que olvida que las compañías son asociaciones comerciales de individuos.
Cualquier asociación de este escrito con el próximo gobierno es coincidencia. Esta columna es atemporal. Usted, lector, juzgará cuándo ha habido mayor o menor autonomía empresarial, aunque habrá consenso en la existencia de ciclos. De tiempo atrás, la libertad económica ha oscilado entre épocas de luces y sombras, a ratos con más sol, y otras veces con penumbra o con lluvia que no cesa. De los tiempos de oscuridad queda un consuelo: la libertad económica es resiliente. Puede estar bajo cadenas por años - en una cuarentena empresarial, pero cuando el clima mejora, renace de sus cenizas como el ave fénix.