Empresarios solidarios
Decía Margaret Thatcher que “nadie se acordaría del buen samaritano si sólo hubiera tenido buenas intenciones. También tenía dinero”. Para ser generoso no me basta con sentir compasión por los más necesitados, sino que además debo disponer de algo valioso para compartir y cuanto más tenga, mejor.
Respecto a la compasión, Adam Smith, al inicio de su Teoría de los Sentimientos Morales, observa que: “por más egoísta que quiera suponerse al hombre, evidentemente hay algunos elementos de su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros de tal modo, que la felicidad de éstos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga, a no ser el placer de presenciarla. De esta naturaleza es la lástima o compasión, emoción que experimentamos ante la miseria ajena, ya sea cuando la vemos o cuando se nos obliga a imaginarla de modo particularmente vívido”.
Ahora bien, ¿cómo dispongo honestamente de recursos para ayudar a los menesterosos? La respuesta del sacerdote católico estadounidense, Robert Sirico, es clarísima: “¿Quiere ayudar a los pobres? Monte una empresa”. Los verdaderos empresarios, aquellos que obtienen ganancias sirviendo y aportando cosas valiosas a sus clientes, por medio del trabajo duro, la creatividad y la visión, no de trampas, ni de robos, ni tampoco de prebendas del gobierno, producen riqueza en la sociedad, generan empleos, pagan impuestos y hacen donaciones.
Pero ¿acaso los empresarios no están movidos por la codicia? Algunos sí, otros no. No obstante, en una economía de libre mercado, los empresarios codiciosos se ven obligados a servirle al prójimo. Si no les resuelven problemas o necesidades a sus clientes, tendrán pérdidas y no podrán seguir siendo empresarios.
Por otro lado, están los empresarios solidarios, los que además de obtener beneficios ofreciéndoles cosas útiles y valiosas a los demás, están dispuestos a compartir su riqueza voluntariamente. Andrew Carnegie en Estados Unidos y Alejandro Echavarría en Colombia son dos buenos ejemplos.
En el caso de Carnegie, un humilde inmigrante escocés, que llegó a ser una de las personas más ricas del mundo y que vendió su empresa de acero por un enorme monto, donó a lo largo de su vida alrededor del 90% de su fortuna (unos 400 mil millones de dólares actuales). De ahí, el 80% lo destinó al apoyo a la mente humana (universidades, bibliotecas escuelas, investigaciones, etc.), también aportó a hospitales, teatros, parques e iglesias.
En Colombia tenemos el ejemplo de Alejandro Echavarría, el hijo de un humilde tendero, quien no sólo fue uno de los pioneros de la industria textil como fundador de Coltejer, de la aviación como fundador de la primera aerolínea del país y de la banca comercial como fundador de multitud de entidades financieras, sino que también fue el principal impulsor y fundador del hospital San Vicente de Paúl, el más grande (13 pabellones) y moderno de su época, incluido en su testamento como si se tratara de un hijo y demostrando que la función empresarial es una condición necesaria para la solidaridad.