Vuelve el estatismo
El primer ministro británico de 1945 a 1951, el laborista Clement Attlee, bien podría ser el modelo de Petro en lo que respecta a su programa de intervencionismo estatal. En pocos años logró estatizar los ferrocarriles, la electricidad, el gas y hasta el Banco de Inglaterra. Además, creó el estatal Sistema Nacional de Salud. En 1948, poco después de perder las elecciones frente a Attlee, el anterior primer ministro y gran líder de la segunda guerra mundial, el conservador Winston Churchill, se apartó unos pasos al ver que Attlee, su rival, se le acercaba al orinal de la Cámara de los Comunes. Cuando Attlee lo vio, le dijo: “¿Hoy estamos un poco distantes, Winston?”. A lo que Churchill le respondió: “Es que cada vez que los socialistas ven algo grande, privado y eficiente lo nacionalizan”.
En esas estamos en Colombia por estos días. El estatismo, que puede definirse como la concentración de controles y la planificación económica en manos del gobierno, a menudo extendiéndose a la propiedad gubernamental de la industria, vuelve a Colombia con el nuevo gobierno, aunque nunca nos abandonó del todo.
La idea es muy simple: supuestamente existirían algunas actividades demasiado importantes, por ser vitales para la supervivencia humana, que no deberían dejarse en manos de empresarios codiciosos como la salud, la educación, el agua potable, los servicios públicos, la minería, la extracción y venta de hidrocarburos, el cuidado del medio ambiente, entre muchos otros sectores como el de las telecomunicaciones, el transporte y hasta el de las pensiones, la banca o los seguros.
Ahora bien, si la estatización se justifica por la importancia que tienen esas actividades para la vida humana, ¿por qué no estatizar, también, la producción, comercialización y distribución de alimentos, ropa, medicinas o viviendas?
Por ejemplo, ahora nos dicen y nos insisten que la salud debe ser un derecho, no un negocio y que a los pacientes hay que tratarlos como personas, no como clientes. ¿Acaso un derecho es incompatible con un negocio o tratar a alguien como cliente es incompatible con tratarlo, ante todo, como una persona que a la vez es un cliente con capacidad de exigir? Cuando los alimentos, por ejemplo, dejan de ser un negocio, lo que queda, como sucede en Cuba, son las interminables filas de personas hambrientas con una cartilla de racionamiento, a ver qué migaja quieren darles los gobernantes. Si no apoyas a los políticos del gobierno, no comes. ¿Será que eso es lo que quieren hacer con la salud de los colombianos?
Los estatistas suelen responder con falsos dilemas, según los cuales sólo existen dos alternativas que se suponen antagónicas, aunque realmente no lo sean. Por un lado, estaría la opción altruista, segura y redentora del Estado y, por otro lado, se encontraría el camino egoísta, caótico y salvaje del mercado en el que supuestamente siempre el poderoso abusa del débil y sólo sobrevive el más fuerte.
En la vida real las situaciones casi nunca se presentan con dilemas maniqueos tan simplistas de blanco o negro, sino con muchas complejidades, mezclas y matices. No hay opciones perfectas. Estado y mercado se necesitan mutuamente y deben complementarse, sin buscar destruirse. Si bien los mercados pueden presentar numerosos vicios y fallas, las soluciones estatistas de los políticos, con frecuencia, son remedios peores que la enfermedad que terminan acabando con “lo grande, privado y eficiente”.