Analistas

El exceso siembra su opuesto

Juan Fernando Samudio

Recientemente descubrí un concepto que me ha ayudado a entender mucho de lo que sucede en el mundo de la política y la economía: la enantiodromia. Este concepto de origen griego, que fue rescatado por el psiquiatra suizo Carl Jung, describe la tendencia de las cosas a transformarse en su opuesto cuando se llevan al extremo. En tiempos de polarización y radicalismos resulta útil entender que el mundo se mueve en ciclos que se repiten con furia y que a pesar de nuestro pesimismo, nada dura para siempre.

El filósofo griego Heráclito advertía que “el exceso engendra su contrario”. Jung retomó esta noción para explicar cómo los sistemas psicológicos -individuales o colectivos-, cuando reprimen un polo de la experiencia, terminan siendo invadidos por su sombra. En palabras más sencillas: lo que se lleva demasiado lejos, colapsa sobre sí mismo.

La historia está repleta de ejemplos. El fervor revolucionario de la Francia jacobina terminó dando paso al autoritarismo napoleónico. El hiperindividualismo liberal del siglo XIX facilitó el surgimiento de movimientos totalitarios en el XX. Más cerca en el tiempo, los excesos del neoliberalismo globalizador en las décadas finales del siglo pasado han generado olas de proteccionismo, nacionalismo y desconfianza hacia las élites tecnocráticas.

La reciente victoria de Trump es un claro ejemplo de cómo el progresismo radical o “wokismo”, engendró el movimiento Maga.

En Colombia estamos a poco menos de un año de comprobar si nosotros somos la excepción a la regla de la enantiodromia. La obsesión colombiana por las negociaciones de paz ha sido llevada por Petro a unos extremos inimaginables. A tal punto que durante este gobierno se ha intentado negociar con más de 10 grupos delincuenciales y se han abierto hasta nueve mesas de diálogo. Todo un récord en el país de los diálogos de paz interminables. Por supuesto que ninguno de estos diálogos a conducido a nada, salvo a deteriorar el orden público, ceder territorio y a aumentar los cultivos de coca. Pero como todo exceso tiene su castigo, es muy probable que en las próximas elecciones los colombianos elijamos un proyecto político que proponga fortalecer la seguridad. Cabe recordar que este ciclo ya lo vivimos cuando Uribe fue elegido como reacción a los abusos de la guerrilla de las Farc y a la ineficacia del estado para combatirlas. No se trata de un simple juego de alternancia entre paz y guerra, sino de una oscilación marcada por el desgaste de las promesas incumplidas de la izquierda Petrista que veía en los diálogos de paz el principio y el fin de todos los males de Colombia.

Lo irónico de la enantiodromia es que cada ideología contiene las semillas de su propia destrucción. No por maldad sino por desconexión con el equilibrio, por una tendencia humana a absolutizar lo relativo. En lugar de incorporar gradualmente elementos del polo opuesto para corregirse, muchas corrientes prefieren negarlos hasta que es demasiado tarde.

¿Qué hacer ante este patrón? Tal vez el antídoto no sea desestimar los ciclos, sino cultivar una conciencia crítica que los reconozca. Aceptar que toda idea, por justa que sea, necesita límites. Que todo modelo requiere autocrítica. Que la humildad intelectual no es debilidad sino previsión frente al retorno de los opuestos.

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