Todos sucumben
miércoles, 10 de julio de 2024
Juan Fernando Samudio
Todos los que vimos la debacle de Joe Biden en el reciente debate contra Donald Trump, nos preguntamos cómo llegamos hasta aquí. Sabíamos que estaba viejo y que su capacidad cognitiva se había deteriorado, pero no tanto como para hacer el ridículo. Su explicación fue que estaba cansado y que cualquiera puede tener un mal día. Sin embargo, todos evidenciamos su balbuceo, su incoherencia y su falta de energía.
Eso no fue simplemente un mal día. No cabe duda de que la biología está haciendo su trabajo y que la senilidad está asomando la cabeza, como es natural en personas de edad tan avanzada. Lo grave es que después del debate los americanos se despertaron a la cruda realidad de que deben escoger para presidente, entre un hombre perdiendo la cabeza y un criminal.
En mi opinión aquí llegamos por ego y por ambición. La misma que emana sin pudor por los poros de Trump, pero que asumíamos que Biden tenía controlada. La ambición en sí misma no es mala. Es de donde provienen la innovación, la creación de riqueza y muchas otras cosas buenas de la vida.
Sin embargo, puede volverse patológica cuando abruma nuestra capacidad para tomar decisiones basadas en la realidad más que en las emociones. Estes Kefauver, un senador americano recordado por sus investigaciones contra la mafia dijo célebremente: “La ambición presidencial es una enfermedad que solo se cura con líquido de embalsamar.”
Como muchos gobernantes, Biden finalmente sucumbió a la seducción del poder. Él mismo expresó que sería un presidente de un solo periodo. En 2020 dijo: “Me veo a mí mismo como un puente, no como otra cosa. Hay toda una generación de líderes que viene detrás de mí. Ellos son el futuro de este país.” Parece que desde entonces se ha convencido de que él, a sus 81 años, es el futuro.
Biden sucumbió a la seducción del poder
No obstante, es probable que no le quede mucho a ese futuro ya que las estadísticas sobre expectativas de vida dicen que hay una probabilidad de una en tres de que muera en el cargo.
Las mieles del poder son tan dulces, que para no dejarlas de consumir, los gobernantes se dicen a sí mismos que son imprescindibles. Se convencen que son los únicos que pueden resolver los problemas del país o ganarle a su contrincante.
Biden cree que es el único que puede ganarle a Trump. Esas narrativas ególatras son además alimentadas por un séquito de colaboradores que maman del seno del poder de su jefe. Este círculo íntimo sabe que debe su sustento y su influencia a la permanencia de su jefe en el cargo. Por ello, muchas veces estos líderes pierden el sentido de la realidad. Porque están rodeados de aduladores y de “yes men” que los escudan de la verdad e impiden que accedan a información objetiva.
La situación de EE.UU. me lleva a pensar que no va a ser fácil deshacernos de Petro. Él también ya probó el poder y quedó deleitado por más que diga que no. Muchos gobernantes dicen que no buscarán reelegirse, pero poco a poco van construyendo un discurso del por qué deben quedarse. El nuestro ya empezó a dar puntadas en ese sentido. No nos llamemos a engaños.
La famosa constituyente no es otra cosa que un mecanismo para atornillarse en el poder. Está claro que este país no necesita cambiar las leyes para progresar. Lo que necesita es aplicar las que hay hoy. Entonces, blanco es, gallina lo pone y frito se come. Constituyente igual a reelección.