Hay algo que no me cuadra sobre el desempleo. Según una reciente encuesta liderada por la Universidad del Rosario, una de las principales preocupaciones de los jóvenes es la falta de empleo. Por otro lado, me encuentro todo tipo de noticias que reportan que varios sectores económicos tienen muchas dificultades para conseguir trabajadores. No son sectores cualquiera.
Son industrias altamente demandantes de mano de obra. ¿Entonces, qué está pasando? Por ejemplo, la industria del calzado, la textil y la del software reportan una aguda escasez de oferta laboral. En la industria del calzado se habla de 30.000 vacantes, en la textil-confección de 250.000 y en la del software de más de 100.000. Si esto es cierto, la pregunta del millón es ¿por qué el desempleo no baja y por qué los jóvenes dicen no encontrar trabajo? Tengo varias hipótesis.
La primera es que muchos jóvenes no quieren trabajar en oficios que demandan un horario, una jerarquía organizada y un esfuerzo continuo.
No por nada se les ha llamando la ‘generación de cristal’. Muchos de ellos han crecido viendo redes sociales, imaginando que sin esforzarse demasiado tienen derecho a la gran vida que observan en su mundo virtual. Asimismo, la juventud no está dispuesta a marcar tarjeta. La pandemia les dio a probar el trabajo flexible y desafortunadamente ciertas labores -por ejemplo las fabriles- no se pueden flexibilizar, lo que las hace muy poco atractivas para las nuevas generaciones.
Otra hipótesis es que no estamos formando a nuestros jóvenes para las vacantes que existen en la economía. Muchas empresas se quejan de que no pueden conseguir candidatos adecuados, no por falta de interesados, si no porque no cuentan con la formación y nivel de conocimiento que necesitan.
Si el gobierno se quiere tomar en serio la reducción del desempleo, debe trabajar mancomunadamente con el sector privado para entender donde están las necesidades y para preparar a nuestros muchachos para los trabajos que realmente están disponibles. Sumado a esto, se ha sobredimensionado la educación universitaria, cuando posiblemente la economía requiera más técnicos especializados que abogados, administradores y sicólogos. Estas tres carreras están entre las más demandadas en Colombia, pero poco contribuyen a cerrar la brecha entre oferta y demanda laboral.
Algo que también puede estar desalentando a nuestros jóvenes a postularse a las vacantes que la economía ofrece, es que el país se ha ido montando gradualmente en un tren de transferencias monetarias directas. Programas como Jóvenes en Acción e Ingreso Solidario bien focalizados pueden ser muy útiles para reducir la pobreza y la desigualdad. No obstante, la plata regalada se puede prestar para abusos y para desincentivar la búsqueda de empleo.
Para rematar, el nuevo gobierno se está inventando otro programa de transferencias para los denominados Promotores de Paz -eufemismo para la Primera Línea-. Es muy importante que estas transferencias se condicionen a que los jovenes se formen en las capacidades que necesita la economía y además, que estos programas tengan una duración limitada para evitar que se conviertan en parásitos del estado.
Lo cierto es que oportunidades de trabajo si hay. Lo que tiene quer hacer el gobierno es buscar maneras de que la demanda laboral encuentre a los trabajadores. Y si no los hay suficientes, ver la forma de crear dicha oferta laboral. Lo trágico sería que el desempleo no baje por falta de oportunidades, si no porque la gente desempleada no tiene el interés o las capacidades idóneas para trabajar.