Uno de los factores que más conversaciones ha generado desde que hemos comenzado a imaginar la llamada ‘nueva normalidad’ tiene que ver con el futuro de las oficinas y los espacios de trabajo. Quienes en marzo se trasladaron a sus casas se sorprendieron de lo pronto que los equipos de trabajo se adaptaron a la nueva modalidad y al uso de las herramientas tecnológicas.
Varios estudios han demostrado que son más aquellos que están felices de trabajar desde casa que aquellos que añoran volver a las oficinas. En todos los estudios, los fanáticos del teletrabajo superan 60%. Con ese panorama, es inevitable preguntarse si estamos ante el fin de las oficinas como las hemos conocido hasta ahora.
Para comenzar, lo más importante que tenemos que reconocer es que las oficinas son mucho más que un espacio de trabajo. Es decir, quizás los escritorios son lo menos importante de todo. Las oficinas son una forma de socialización necesaria.
¿Cuántos comportamientos, actitudes y opiniones hemos forjado a partir de las relaciones en el espacio de trabajo? ¿Cuánto hemos aprendido o nos hemos informado en encuentros espontáneos junto a la cafetera o el filtro del agua? El famoso diseñador de interiores Thomas Heatherwick, citado recientemente por The Economist decía que las conversaciones por videoconferencia nunca podrán reemplazar lo que él llama “la química de lo inesperado” que ocurre en el espacio físico. Quienes trabajamos en industrias creativas aún no logramos replicar la dinámica de una tormenta de ideas, por ejemplo, en un ambiente totalmente virtual.
Ahora, si bien las oficinas han sido la piedra angular de los trabajos corporativos también tienen sus grandes pecados. ¿Cuántos casos de acoso o maltrato se evitarían si los empleados no estuvieran físicamente en el mismo lugar? ¿Qué tanto se minimizarían los chismes, con el famoso ‘radio pasillo’ que ha afectado la comunicación corporativa desde tiempos inmemoriales?
Esto sin olvidar las simbologías de poder que conllevan siempre los espacios físicos: la famosa ‘corner office’ que en nuestra cultura siempre ha significado un logro para cualquier alto ejecutivo, o los que tienen su espacio privado versus aquellos que están en mesas o cubículos abiertos. Es curioso, cuando menos, el contraste de la ‘híper-democracia’ de las plataformas de teleconferencia donde cada participante tiene exactamente el mismo espacio en pantalla.
Ya vendrá el debate cuando los gobiernos vayan autorizando el regreso a las oficinas y cuando las corporaciones decidan que ya es seguro habitar sus instalaciones. Estarán los que defiendan la opción de trabajar desde casa y los nostálgicos que se aferren a sus escritorios y cubículos.
Seguramente la decisión será flexibilizar las opciones y facilitar que los empleados puedan trabajar unos días desde casa y otros en la oficina. Y en el largo plazo nos daremos cuenta si el cambio nos hizo más productivos, más conciliadores o si nos hizo menos creativos y más autoritarios. Si nos hizo mejores seres humanos o peores profesionales. Todavía no lo sabemos.
Estos meses de confinamiento han sido el más grande experimento sobre el cambio en las rutinas que se haya hecho en la historia de la humanidad. Por ahora, hay algo que todos hemos aprendido: El trabajo es lo que hacemos y no el lugar al que vamos. Parecería muy obvio, pero nos costó una pandemia darnos cuenta.