En una tertulia con un amigo, que tiene una gran historia de vida, señalaba que sus decisiones lo habían llevado a ser uno de los mayores expertos en Colombia en materia de sismorresistencia, había culminado su maestría en ingeniería civil en Los Andes y su doctorado en Berkeley, ambas becado y con calificaciones excepcionales.
Lo más asombroso de su historia es que creció en estrato 0, en un barrio de invasión en Bucaramanga; su historia, al inicio, es la de muchos colombianos que crecen sin grandes oportunidades, pero las buenas decisiones los va llevando por un camino de disciplina y éxito. Una de las primeras decisiones, fue no culpar a sus padres por su presente: el padre los había abandonado cuando jóvenes, la madre solo pudo costearle la educación en escuelas públicas. La historia pudo ser distinta si el tiempo lo hubiesen dedicado a culpar a sus padres; lo contrario, sabiendo la realidad decidió seguir estudiando en una universidad pública con la única opción de ganarse una beca como así sucedió.
No existen los padres perfectos; sin duda hay unos mejores que otros, pero la decisión de seguir adelante y no quedarse en las quejas es particular y eso brinda la madurez de aceptar que en el mundo por más que existan apoyos, se está solo, y cada uno debe ser responsable de su felicidad y de las decisiones que tome; culpar a los demás o reclamarle al universo es una sencilla forma de evadir la responsabilidad.
Aquella práctica de culpar a los demás y no asumir las responsabilidades es muy humano; el problema es que, si no se reconocen las fallas y no se asume como propia una decisión, no hay forma de corregir o emprender un rumbo. De igual forma, de nada sirve como ciudadanos vivir culpando de todo al papá Estado; con las pocas herramientas que se tiene hay que aprender a sobrevivir. Echarle la culpa de todas las desgracias a la corrupción, a la falta de oportunidades, a la falta de estudio o empleo, claro que tiene responsabilidad, pero no se puede vivir culpándolo de todo. Dicho comportamiento no es exclusivo de los ciudadanos; por eso molesta tanto la constante actitud de la alcaldesa de Bogotá con los problemas de la ciudad: no es capaz de reconocer sus fallas, no reconoce la improvisación en las ciclovías, ni los problemas de seguridad, ni la falta de planeación en la construcción de nuevas troncales; todos los demás son los culpables, desde los vendedores de carros, las antiguas administraciones y hasta los ciudadanos que votaron por ella; todos tienen la culpa, menos la propia administración.
El papá de mi amigo volvió con demencia después de viejo, a pesar de su enfermedad parece comprendió su error y la caridad y sobre todo la falta de culpar a los demás, les permite hoy atenderlo, sin reclamos, a sabiendas que las decisiones propias son las que marcan el camino y permiten tener una mejor vida. Ojalá mandatarios y ciudadanos sepan responsabilizarse por lo que pase, culpar al mundo solo trae lamentos, no soluciones.