De vuelta al Virreinato
Hace un poco más de 30 años Milton Friedman escribía sobre la necesidad de bajar los gastos estatales para generar mayor productividad en el Estado y reducir el déficit que traía Estados Unidos por las diversas guerras. Su análisis, bastante lógico, señalaba lo mal administradas que estaban las empresas gubernamentales en la Cortina de Hierro y en diversos servicios ofrecidos por gobiernos democráticos.
Estas ideas, que varios mandatarios en su momento tomaron en cuenta, al parecer han venido siendo ignoradas u olvidadas, especialmente por países latinoamericanos. Lamentablemente Colombia no es una excepción. La premisa básica del gasto estatal supone la existencia de funcionarios, “burócratas”, que asumen miles de cargos dentro del sistema. El típico funcionario público goza de mala reputación por diversas premisas: primero, porque está gastando el dinero de otros, su gasto es hecho con el dinero de millones de contribuyentes; segundo, porque sus metas no siempre son claras; a esto se suma que, manejando recursos públicos, está persiguiendo al tiempo metas egoístas, para su propia carrera.
Estas pueden ser políticas, económicas (las más peligrosas pues es donde ocurren muchos hechos de corrupción) o sencillamente de poder. En cualquier caso el medio será llegar a tener más gente bajo su control y ampliar la estructura administrativa en la que esté inserto. En este espiral, un error o falta solo será conocido en un escándalo por medios o en un estudio técnico que el ciudadano del común pocas veces revisa y los organismos de control se demoran años en investigar cualquier caso.
Si a este sencillo análisis se le suma el problema de la corrupción, que pulula por doquier en el país, se ve que cualquier aumento en el gasto estatal es un contra sentido, una locura en la forma de gobernar. Es sorprendente el aumento del gasto público que viene teniendo Colombia: en cuatro años ha subido cerca de 30%, en la creación de súper ministerios, ministerios, agencias gubernamentales, consulados etc. Con un déficit de más de $30 billones, la deuda externa en sus niveles más altos, el Gobierno presenta una reforma tributaria para aumentar los impuestos haciendo caso omiso de cualquier planteamiento opuesto.
Además de todo esto, su estrategia de comunicación deja mucho que desear, es distante del pueblo: montado en una carroza cual Virrey del siglo XIX, en Londres, exige a sus conciudadanos apretarse el cinturón. Mientras nombra de cónsul a un presentador de comerciales, llama al pueblo a ser austero. Todos estos hechos recuerdan la declaración de independencia americana cuando decían: “El rey ha erigido una multitud de nuevas oficinas y ha enviado enjambres de funcionarios para acosar a nuestro pueblo, y absorber su esencia”. La gesta republicana tanto en Norteamérica como en Suramérica se dio por un gobierno lejano, que viviendo en la opulencia apretaba cada vez más a su pueblo.
Aquellas épocas que creíamos remotas son hoy actualizadas por un Estado cada vez más grande, dilapidador y que pretende exigirle cada día más al exhausto contribuyente asfixiado ya con tanta carga tributaria. Tal vez sea hora de repetir el grito que ante la subida de impuestos dejó oír el bravo pueblo comunero aquel 16 de Marzo de 1.781: “viva el Rey y muera el mal gobierno. No queremos pagar la armada de Barlovento”.