Analistas 29/04/2022

Después de mí, el diluvio

Juan Manuel Nieves R.
Estudiante de Comunicación Política

Hace unos meses, un empresario amigo me llamaba a contarme que en su pico de vida ya no le importaba qué pasara con el país, pues sus hijos estaban grandes y él ya tenía cómo valerse hasta el último de sus días. Sin entrar en la disputa, le dije que gracias al sistema económico y a las oportunidades que brindaba, pudo sacar adelante a sus hijos y no era justo querer el incendio del país cuando él ya no velaba sino por sí mismo.

Pensar en el otro es un reto para los colombianos. En ocasiones puntuales, las personas se han desbordado en ayuda ante catástrofes, y cuando el país lo requiere, la gente trabaja por una causa común, como ocurrió con los más recientes desastres naturales. A pesar de todo lo positivo, la cultura de trabajar en temas sociales aún no es arraigada en Colombia. El trabajo de voluntariado, incluso como política pública, ha sido un esfuerzo de anteriores gobiernos, sin embargo, las cifras no son contundentes.

Los países con altos índices de solidaridad están acompañados con altos índices de bienestar social; según la ONU, los países en donde las personas más participan en labores de ayuda social son Canadá y Suecia, con un involucramiento arriba de 70%, Colombia está en 2,6% y dicho trabajo voluntario no supera los siete días en todo el año.

Ponerse en los zapatos de los demás es un tema de educación que se debe inculcar desde temprana edad. La antropóloga, Margaret Mead, señalaba que una de las muestras de evolución humana fue encontrar una persona con el fémur fracturado y sanado, para ello tuvo que necesitar de un tercero para que al menos hiciera una venda. Y es verdad, en el reino animal es difícil encontrar un ejemplo de ayuda por el más necesitado; la razón y la misericordia son los mayores indicadores de inteligencia, pues se requiere no solo corazón, sino razón para entender una vida en comunidad.

Según Swiss Education Group, el grupo de educación hotelera y de turismo más grande de Suiza, uno de los requerimientos de estas nuevas generaciones es la posibilidad de hacer trabajo social en los ratos libres, por ello recomendaba ofrecerlo en los hoteles. Este indicador demuestra que las nuevas generaciones, a pesar del sentimentalismo que se les critica, los lleva a pensar más en los demás. Esta sensibilidad, lejos de ser un defecto, puede ser una virtud, pues con el tiempo deberá nacer el bien común, y aquel sí que es el verdadero propósito de una democracia y un buen modelo de Estado.

Pensar en el prójimo es un ideal que puede hacerse realidad, no se puede seguir pasando de largo con el sufrimiento y la pobreza como recuerda la parábola del Samaritano. Una sociedad más justa parte de la conciencia de los propios ciudadanos, pues el Estado no puede resolver todo. Por ello, una buena forma de empezar a ejercitar la caridad es trabajar en algún voluntariado así sea una hora al mes, las ofertas las hay por doquier y es la mejor manera de despertar la conciencia social, seguir pensando: “después de mí, el diluvio” solo traerá más atraso y resentimiento.

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