El hueco pintado de verde
Hace unos días pasaba por la autopista con 170. Esquivando algunos huecos me percaté del puente pintado de verde, el cual resaltaba en medio del deterioro vial y el trancón que hay en el sector; maquillar la realidad es algo que se está volviendo cotidiano en Bogotá y en el país.
Según denuncias del Concejo, el contrato de pintura costó $3.000 millones y hace parte, según el IDU, del proyecto de reverdecer Bogotá y prepararla para el cambio climático, como si el concreto pintado de verde se volviera ecológico. Es natural en los seres humanos intentar tapar los errores, en vez de reconocerlos. Sin embargo, en la administración pública, tal conducta es más grave pues se está jugando con el dinero de los demás y si no se corrigen los errores de fondo no hay una verdadera mejoría; de nada sirve tener un carro recién pintado cuando el motor no funciona.
Las transformaciones de la ciudad pasan por distintos indicadores: seguridad, malla vial, vivienda, pobreza, etc. Equilibrar todos ellos no es tarea fácil, pero cuando se tiene un modelo de ciudad, antes que un modelo político, se logran cosas importantes. La transformación, sin duda, debe llevar un componente estético, pero este no debe ser el principal; un hueco pintado de verde sigue siendo un hueco, un terrorista bien vestido sigue siendo un asesino.
Los romanos, para tener felices a los ciudadanos, organizaban los juegos más espectaculares: llegaron a inundar coliseos y tener batallas navales; traían animales exóticos que luchaban contra gladiadores; había peligrosas carreras y distintos reinados. Se caracterizaron por saber entretener al público. En la actualidad, parece que diversos mandatarios quisieran en vez de gobernar, entretener; son muchos los problemas que viven las ciudades, pero el amor a la popularidad y las encuestas lleva a que muchos de ellos busquen figurar antes que gobernar; es un problema cuando la Alcaldía se convierte en el trampolín de una aspiración mayor.
El control político por parte del Concejo se vuelve fundamental; allí, es donde de verdad se tiene que ver el equilibrio de poderes; ante una administración insensata, los cabildos deben brillar por su cordura, aunque muchas veces las dádivas pueden más, las constantes denuncias hacen mella y logran corregir a veces los arrebatos políticos de las alcaldías.
Los errores, por lo tanto, hay que corregirlos, no maquillarlos. Hacen más los árboles plantados que el concreto disfrazado de verde; hace más por la estética de una ciudad una malla vial decente que un mural pintado. Las ciudades son de todos y disfrazar los problemas con eventos, pintura y calle no deja satisfecho a nadie. Finalmente, la mejor carta de presentación para un alcalde con futuras aspiraciones no será la excesiva capa de pintura de las ciudades ni la paga de pauta en los medios; será el resultado de un modelo planeado de ciudad en donde el enemigo sea la corrupción y los delincuentes, no el carro particular y el control político. Los alcaldes están a mitad de mandato, tiempo suficiente para ser humildes y dejar algo bueno para el futuro.