El peligro de la superioridad moral
Bastante agua sucia ha corrido los últimos días, en donde dos candidatos pasaron a segunda vuelta y aunque Gustavo Petro ganó la primera vuelta, su cierre al momento de los resultados no tenía ningún ambiente de fiesta y es que era claro que su peor contrincante era otro candidato antisistema como Rodolfo Hernández.
El petrismo durante años ha creado una autosuficiencia que ha llevado a no necesitar otros sectores para ganar en los distintos escenarios, esa soberbia los llevó a “quemar los puentes” con otras facciones, las cuales intenta recuperar en estas pocas semanas.
La superioridad moral es una tendencia que ha existido siempre, el objeto sobre el cual se siente superior un segmento frente al otro es el que ha cambiado, la religión, la raza, la nacionalidad han servido de ejemplo, pero desde hace unas décadas la superioridad moral viene de parte de la academia. Aquellos que han tenido oportunidad para estudiar, comprar libros o formarse mejor, se sienten con el derecho de mirar por encima del hombro a los demás, y, lo peor, la sociedad lo tolera.
Según Michael Sándel, esta situación ocurre también en Estados Unidos; el pedigrí de la Ivy League de la cual se han rodeado varios gobiernos los ha llevado a perder empatía con las personas trabajadoras al punto que en la reciente campaña presidencial se tildaba de “brutos” o “incultos” a los seguidores de Trump, sin percatarse de la profunda huella de división que estaban dejando.
En Colombia esta superioridad moral se vive también en las universidades, en las personas que hacen maestrías por fuera del país y en la tecnocracia tan apreciada. Curiosamente se está reflejando en estas elecciones, en parte del uribismo durante bastante tiempo y ahora con los militantes de Petro.
Pensar que el otro es “bruto” o “ignorante” por apoyar un candidato distinto, es también discriminación disfrazada; y esa agresión genera resentimiento, enfrentamientos, impide crear puentes, y lo peor: alimenta la polarización del país. Colombia, que ha sabido enfrentarse fácilmente entre conservadores y liberales, guerrilla y paramilitares, uribistas y antiuribistas, enfrenta una nueva amenaza: aquellos que se sienten mejores que otros y están dispuesto a hacerlo valer a pesar de cualquier consecuencia.
El fin no justifica los medios, lo enseña la ética y sobre todo la historia. El ganar a toda costa unas elecciones produce un resquebrajamiento social en donde las consecuencias solo se ven durante el mandato, basta recordar la penosa presidencia de Samper cuando por ganar como fuera, dejó infiltrar dineros del narcotráfico en su campaña y los cuatro años de mandato solo los utilizó para defenderse.
Es tarde para tender puentes desde los distintos sectores, la profunda división del país no dejará un gobierno fácil para quien gane, aunados a los problemas económicos el nuevo mandatario se enfrentará a millones que se creen mejores y además dueños de la verdad.