Tribuna Universitaria 01/08/2025

Hablar cura

Juan Manuel Nieves R.
Estudiante de Comunicación Política

Hace unos meses, una amiga me compartió que su madre, enferma de cáncer desde hacía un tiempo, murió repentinamente de un infarto, ella no pudo despedirse. Su madre, en sus últimas palabras, le habría dicho a una enfermera: “No puedo irme, no puedo dejar sola a mi hija”. Sin embargo, la muerte fue más rápida que el deseo de resistir. Para mi amiga, este fue un golpe devastador: la mezcla de tristeza, culpa y la frustración de no haber estado allí, la sumieron en un duelo que la fue apagando lentamente.

Durante meses intentó salir adelante sola, rechazaba ayuda, decía que podía con todo, que el tiempo curaría; Pero el tiempo, cuando se transita el dolor en silencio, no siempre cura: a veces enraíza. Fue solo cuando acudió a un profesional en salud mental que comenzó un proceso de sanación. No fue magia ni olvido, sino comprensión: entendió que su madre estaba enferma, que quizá ese infarto fue, en el fondo, una liberación del sufrimiento entendió que en el otro lado había gente que la iba a acoger, pudo llorar sin miedo, hablar sin culpa, y caminar hacia el perdón y la paz interior.

Historias como esta abundan, pero muchas no terminan bien. Porque en Colombia, como en buena parte de América Latina, sigue siendo tabú acudir a un psicólogo o psiquiatra. Se dice que es “para los locos”, que “uno tiene que ser fuerte”, que “eso se quita con oración, con amigos, o con el tiempo”. Y aunque el amor, la fe y la amistad son bálsamos necesarios, no reemplazan el papel de un profesional cuando lo que se quiebra es más profundo.

Según la Encuesta Nacional de Salud Mental (Ensm) de 2021, 66,3% de los colombianos ha tenido algún problema de salud mental en su vida; más de 70% afirma que nunca se les ha preguntado en una consulta por su salud mental. Y lo más grave: la mayoría no recibe ningún tipo de atención profesional, por estigma, por miedo o por falta de acceso.

El duelo no es solo una reacción emocional: es un proceso mental, físico y espiritual, se manifiesta con llanto, pero también con insomnio, desinterés, apatía, pensamientos intrusivos, dolores físicos. Y no solo aplica a la muerte: una ruptura amorosa, una traición, una separación o incluso un proyecto de vida truncado puede generar procesos similares. Nuestra mente y nuestro corazón no están separados, se afectan mutuamente.

El amor, cuando duele, puede herir más que un puñal, el abandono, el engaño, la pérdida, nos enfrentan a nuestra vulnerabilidad más honda. Muchas veces ese dolor se minimiza, se dice que “no era para tanto”, que “todo pasa”, que “ya llegará alguien más”; pero el sufrimiento emocional mal procesado puede derivar en ansiedad, depresión o incluso enfermedades psicosomáticas.

Necesitamos como sociedad normalizar el hecho de que todos, en algún momento, necesitamos ayuda profesional. Así como vamos al médico por un dolor en el pecho o al ortopedista por una fractura, debemos ir al psicólogo cuando el alma se rompe. No hay vergüenza en eso, hay, por el contrario, una valentía profunda: reconocer que no podemos solos.

Estemos atentos a las señales: cuando alguien deja de disfrutar lo que amaba, cuando se aísla, cuando llora sin razón aparente, cuando duerme demasiado o casi nada, cuando pierde el apetito o el sentido de la vida… no necesita regaños ni frases de cajón. Necesita ser escuchado, y necesita saber que pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de inteligencia emocional y amor propio.

Como sociedad debemos aprender a decir sin miedo: “estoy mal, necesito ayuda”, porque hablar cura, porque acompañar salva. Y porque la mente, al igual que el cuerpo, también merece ser sanada con dignidad.

TEMAS


Enfermedades - cáncer - Dolor