La religión y la libertad
Se acerca una nueva Semana Santa en pandemia; para fortuna de muchos, la mayoría de alcaldías en Colombia permitieron las celebraciones religiosas con las debidas medidas de distanciamiento y los protocolos de cuidado, se prohibieron procesiones y en vez de ello se realizarán un mayor número de celebraciones litúrgicas para evitar aglomeraciones.
El país, a pesar de su constitución laica y de eliminar cualquier consagración, sigue siendo en su gran mayoría creyente. Según la oficina central de estadísticas de la Iglesia, Colombia tiene más de 45 millones de católicos, eso es casi 95% de la población; otra medición la del Latinbarómetro señala que 73% de los habitantes son creyentes y casi 60% practicantes. Estadísticas aparte el número de iglesias a lo largo del territorio, muchas de ellas verdaderos tesoros culturales, y su afluencia de gente confirman esta creencia.
Las iglesias en Colombia tienen algunos beneficios tributarios; al no tener ánimo de lucro y en específico la católica por el Concordato, no están obligadas al reporte de ingresos. Sin embargo, sus propiedades pagan impuesto predial, valorización y servicios como cualquier otra. ¿Vale la pena mantener los privilegios en un Estado laico? La Iglesia tiene varias cosas para mostrar: las personas que se dedican a labores sociales o que han tenido algún contacto saben que en los lugares más pobres, en las zonas donde el Estado no llega, se suele encontrar alguna monja, un sacerdote, un misionero o hasta un pastor.
Los más pobres, para quienes su voto no vale, algún párroco los tiene en mente. Además de eso, hasta la mitad del siglo XX en el país la atención hospitalaria y la educación estaban a cargo de alguna comunidad, aún en lugares apartados del país todavía se encuentra alguna.
Además de lo anterior, diversas iniciativas sociales nacen de alguna religión; para poner un ejemplo, el Banco de Alimentos brinda mercados a miles de necesitados en todo el país y diversas instituciones como Caritas entregan al año miles de medicamentos, sillas de ruedas, etc. En conclusión, no solo las iglesias se preocupan por el bienestar espiritual, también por la ayuda al más pobre y necesitado.
Yuval Noah señala que uno de los primeros elementos de inteligencia fue preguntarse si existía un Dios y tener algún tipo de culto trascendental, por ello, durante toda la historia de la humanidad siempre ha existido algún tipo de celebración religiosa. Privar la humanidad de aquello es privar la propia naturaleza humana; aún los experimentos más atroces como el del comunismo, no lograron erradicar el germen de Dios en el corazón del hombre.
Son más las retribuciones de la Iglesia que los impuestos que puede pagar, por ello merecen tener ese régimen especial y ahora, ante tanta restricción, se valora aún más su actuar. Por ello vale la pena recordar las palabras de Juan Pablo II: “la libertad religiosa, al incidir en la esfera más íntima del espíritu, sostiene y es como la razón de ser de las restantes libertades.”