La voz de los excluidos
sábado, 9 de noviembre de 2024
Juan Manuel Nieves R.
La reciente victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos ha sorprendido y confundido a muchos, en particular a aquellos que lo consideran una figura divisiva, machista y misógina. Sin embargo, su regreso al poder no se debe sólo a las características superficiales de su discurso, sino a un fenómeno mucho más profundo y revelador de la sociedad actual: Trump ha dado voz a un segmento considerable de personas que, durante mucho tiempo, han sentido que no tenían un lugar en el debate público. Son individuos que ven sus valores y opiniones constantemente desestimados o etiquetados como incorrectos por un sector progresista que, paradójicamente, promueve la inclusión, pero excluye cualquier postura que no se alinee a su propia narrativa.
Heritage Foundation publicó recientemente un artículo que resume este fenómeno: el estilo directo y, para algunos, políticamente incorrecto de Trump ha permitido que muchas personas se sientan empoderadas para expresar sus posturas sin miedo al ataque o al aislamiento por parte de grupos progresistas. Este empoderamiento refleja una dinámica que muchos consideran peligrosa, pero que en realidad es fundamental en una sociedad democrática: la posibilidad de defender y expresar las convicciones sin temor a represalias.
El debate público debería servir como un espacio para el intercambio de ideas, un foro donde las posiciones opuestas puedan escucharse y, en el mejor de los casos, llegar a puntos comunes. Sin embargo, el discurso progresista dominante en ciertas esferas ha reemplazado esta sana discusión por una especie de censura velada. Las universidades, en particular, han sido testigos de esta transformación. En muchas de ellas, los discursos conservadores o de derecha son recibidos con abucheos, censura, o peor aún, con la indiferencia de quienes suponen que ya no tienen nada relevante que aportar. En este ambiente, Trump ha llegado a simbolizar una resistencia al “pensamiento único” que, aunque no siempre sea formulado con delicadeza, expresa una inquietud genuina: la necesidad de una voz que desafíe el discurso dominante y de un espacio donde las ideas, todas. las ideas, puedan debatirse sin miedo.
No es sólo una cuestión de política o de estilos de comunicación; es también un reflejo de la desconexión de las élites con los sectores menos privilegiados. Michael Sandel, en su obra La Tiranía del Mérito, describe cómo el sistema de méritos y títulos académicos se ha convertido en un muro de exclusión. La cultura del mérito, promovida en las grandes universidades, fomenta una especie de orgullo académico que deja fuera a millones de personas que no tienen acceso a estos centros de formación. Este fenómeno no solo genera exclusión, sino también resentimiento entre quienes sienten que sus valores y opiniones no son tomados en cuenta.
El discurso progresista, al imponer una “norma de pensamiento”, ha contribuido a fortalecer esta división. En lugar de ser un vehículo de inclusión, se convierte en una barrera para quienes no comparten los ideales que se promueven en esos círculos. De esta manera, un número considerable de personas se ha sentido ignorado o rechazado, y es precisamente este grupo el que se ha unido a la causa de Trump, no tanto por sus políticas específicas, sino porque ven en él a alguien que desafía las normas del pensamiento “correcto” y que los representan en su lucha por un espacio en el diálogo social; Para una democracia sana y un tejido social fuerte, es fundamental recordar que la fuerza de una nación no reside en imponer una visión única, sino en integrar todas las voces, especialmente aquellas que han sido calladas por miedo a ser condenadas.