Las sombras de las energías limpias
sábado, 5 de octubre de 2024
Juan Manuel Nieves R.
En los últimos años, el discurso ambientalista ha tomado un protagonismo innegable en la agenda política global. En Colombia, el presidente ha defendido la transición hacia energías limpias, tomando medidas drásticas en materia de petróleo y gas. Estas decisiones, justificadas bajo la premisa de mitigar el cambio climático, han generado incertidumbre sobre el futuro energético del país. Pues las alternativas no son del todo claras.
Colombia aporta menos de 0,6% de las emisiones globales de CO2, un porcentaje ínfimo si lo comparamos con países como China, Estados Unidos o India, que en conjunto son responsables de más de 50% de las emisiones. A pesar de esta baja contribución, el país ha sido pionero en adoptar políticas para abandonar los combustibles fósiles, algo que, aunque bien intencionado, parece desmedido en un contexto donde las economías más grandes no muestran el mismo nivel de compromiso. El argumento ambientalista ha pasado a ser un instrumento político, donde atacar a la industria de hidrocarburos y minería es visto como un acto de justicia ambiental, sin considerar las consecuencias socioeconómicas.
La realidad es que la transición hacia las energías limpias no es tan sencilla como se plantea; Los carros eléctricos, a menudo citados como el futuro del transporte, utilizan baterías de ion litio. Este litio debe ser extraído a través de minería a cielo abierto, un proceso que genera impactos ambientales, como la destrucción de ecosistemas y la contaminación de cuerpos de agua. El proceso de extracción de litio genera entre 5 y 15 toneladas de CO2 por cada tonelada de litio producida. Es paradójico que, en la búsqueda de reducir las emisiones, estemos creando otros problemas ambientales con la gravedad que los incendios de baterías de ion litio, son muy difíciles de apagar y requieren métodos especializados; Estas baterías pueden arder durante días y liberar gases tóxicos.
Además, la mayoría de los países aún dependen de energías no renovables, como el gas y el carbón, para generar electricidad. Según el Banco Mundial, 61% de la electricidad mundial proviene de estas fuentes. Esto significa que, aunque los carros eléctricos no emitan gases contaminantes directamente, la energía con la que se recargan proviene en su mayoría de fuentes que sí lo hacen. Es un ciclo que sigue perpetuando las emisiones globales, mientras el discurso insiste en que hemos encontrado la solución mágica.
Los paneles solares, otra fuente en auge, también presentan sus propios desafíos. Aunque no generan emisiones durante su uso, la producción de paneles solares requiere el uso de materiales tóxicos como el cadmio y el plomo, que pueden filtrarse en el ambiente si no se manejan adecuadamente. Según un informe de Harvard, el reciclaje de estos paneles, que tienen una vida útil de aproximadamente 25 años, es costoso y complicado, lo que podría derivar en la acumulación de desechos peligrosos en el futuro. A esto se suma el hecho de que los paneles solares no son eficientes en todos los climas.
La solución no está en un ataque frontal a las energías tradicionales ni en la idealización de las energías alternativas. Ambas tienen sus ventajas y desventajas, y la clave está en encontrar un equilibrio que permita una transición ordenada y justa. Colombia, con su baja contribución a las emisiones globales, no debería precipitarse en abandonar su matriz energética actual sin tener un plan claro que garantice la seguridad energética y el bienestar económico de su población.