Los nazis en Colombia
En la historia reciente de Colombia, ningún presidente ha utilizado con tanta frecuencia la palabra “nazi” como Gustavo Petro. En discursos, trinos y ruedas de prensa, el mandatario ha recurrido reiteradamente a este calificativo para atacar a sus contradictores, sean estos jueces, periodistas, partidos políticos o incluso presidentes de otros países. En tan solo 48 horas, llegó a usar el término diez veces. Este uso desmedido no solo trivializa una de las ideologías más nefastas de la historia humana, sino que revela una preocupante tendencia: la construcción de enemigos imaginarios como estrategia para desviar la atención de los verdaderos problemas del país.
Petro ha llamado “nazis” a opositores dentro del Congreso, a críticos de su política de paz total, y más recientemente, a sectores de la derecha guatemalteca, a quienes acusó de ser “nazis, genocidas y profundamente narcos”. En su cuenta de X no es raro encontrar comparaciones forzadas entre sus detractores y el régimen de Hitler. Incluso, al defender su postura frente a Israel, llegó a decir que lo que ese país hacía en Gaza era propio del nazismo. El problema no es solo semántico; este tipo de lenguaje genera polarización, banaliza el sufrimiento de millones de víctimas del Holocausto, y reemplaza el debate racional.
Pero mientras el Presidente agita fantasmas del siglo XX, el siglo XXI avanza con problemas muy concretos para el país, hoy los verdaderos enemigos de Colombia no son los “nazis” imaginarios, sino la delincuencia organizada que azota ciudades y campos; el narcotráfico que sigue alimentando economías ilegales y violencia; la minería ilegal que destruye ecosistemas enteros en el Amazonas, el Chocó y el sur del país; el terrorismo de disidencias armadas que matan soldados y reclutan menores; y la pobreza, que según cifras del Dane afecta a 36% de la población. Estos son los verdaderos adversarios del bienestar nacional, no las caricaturas ideológicas.
Llama la atención que esta obsesión con el nazismo surja precisamente cuando el Gobierno enfrenta múltiples crisis internas; la salida de figuras clave como Laura Sarabia, los escándalos por contratación irregular, los fracasos legislativos de las reformas, y la incapacidad para mantener el orden público en regiones críticas, configuran un escenario de desgaste ¿Estamos ante una estrategia de “cortina de humo” diseñada para dividir al país y consolidar una narrativa de mártir asediado por fuerzas oscuras?
La historia está llena de gobernantes que, incapaces de responder con eficacia a las necesidades de su pueblo, fabricaron monstruos ideológicos para movilizar emociones y encubrir su inoperancia. Petro, formado en las nostalgias revolucionarias de los años 60 y 70, parece aún atrapado en la lógica de una guerra ideológica que ya no se libra. En su mundo, los enemigos siguen siendo los “fachos”, los “imperios” y ahora los “nazis”, mientras el país real, con sus ciudadanos de carne y hueso, clama por seguridad, empleo, salud y justicia.
El mensaje es claro: no hay espacio para el disenso, solo para la obediencia. Los enemigos reales de Colombia no usan botas ni brazaletes con esvásticas, no marchan por la Plaza de Bolívar ni redactan discursos antisemitas; No, los verdaderos enemigos están en las bandas criminales, en los corredores del narcotráfico, en los territorios controlados por disidencias, en los contratos amañados y en la desigualdad que condena a millones a la exclusión. Mientras el presidente Petro sigue cazando nazis imaginarios, estos enemigos reales avanzan, no se disfrazan de fantasmas ideológicos, están aquí. Son concretos, y requieren acción, no retórica.