Se acerca la época electoral y a pesar de que las campañas aún no comienzan oficialmente, ya se oye a los candidatos salir a presentar propuestas y paulatinamente recorren el país. Las amenazas que se presentaban hace cuatro años, vuelven con más fuerza y el camino no está claro.
Colombia y en general Latinoamérica ha estado marcada por el caudillismo. Desde Perón en Argentina, pasando por Lula en Brasil y el peor, Chávez en Venezuela, cada uno ha buscado un salvador de la patria, uno que encarne las necesidades del pueblo y sepa solucionarlas. Este afán de caudillo ha hecho que Colombia tenga a Jorge Eliecer Gaitán o Luis Carlos Galán, cada uno con sus matices, pero encerrando la posibilidad de sacar adelante un país.
El problema del caudillismo es que el elegido comienza a creérselo y considera que por fuera de él no existe futuro para el país; es la misma gente la que lo proclama como salvador. El egocentrismo lo lleva a tomar las peores decisiones con tal de lograr su objetivo, y lo peor es que siempre buscando contar con el respaldo popular, a costa incluso de arruinar un país. La fórmula está escrita y hoy el peligro populista lo sabe copiar: hay que contradecir todo, hasta lo bueno; mentir, prometer lo imposible y proponer fórmulas que suenen bien al pueblo, aunque hayan demostrado ser un fracaso como el imprimir moneda o bajar por decreto arriendos o la persecución a los ricos. En cuanto están en el poder lo primero es asegurar las fuerzas armadas, subsidios mientras alcance el dinero y expropiaciones, hasta que la inflación comience a arruinar la economía.
Buscar un caudillo es natural; pero Colombia no necesita más caudillos, aunque sí mejores políticos que, sobre todo, sepan armar equipo. Es imposible que una persona maneje todos los temas, pero debe conocer quiénes pueden manejar las instituciones y casarse con una visión a largo plazo, en donde se atreva a realizar las modificaciones que el país requiere y se pierda el miedo a quitarle la regulación a tanta intervención que tiene el Estado, a los subsidios, los impuestos y al gasto estatal.
Claro que se necesita liderazgo; sin él es imposible conducir las riendas de un país. Pero aquel no puede convertirse en personalismos; estos terminan dividiendo y Colombia no necesita más polarización, requiere soluciones. El Caudillismo debe ser una página que debe pasarse, hay que mirar los equipos, las listas al congreso de los candidatos, sus amistades, apoyos, las propuestas y sobre todo la experiencia: el país no da compás de espera para aprender a manejarlo, quien no ha sabido administrar en el pasado no sabrá hacerlo ante un reto mayor.
Por último, hay tres temas que deben revisarse: la posición ante el narcotráfico, ante la economía y la reforma a la justicia. Los candidatos a caudillo no serán claros respecto al primero, serán proteccionistas frente al segundo y no se atreverán a tocar la justicia pues sus intereses estarán alineados. Estos tres temas son fundamentales para los próximos años; de no revisarlos o elegir un nuevo caudillo, Colombia caerá en un atraso sin precedentes; con la gravedad de no contar ni siquiera con la riqueza de la que goza el ya arruinado vecino.