Analistas

Instituciones y desarrollo económico

Juan Pablo Herrera Saavedra

Hace un par de semanas se dio a conocer el otorgamiento del Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel a tres importantes economistas para América Latina por sus contribuciones: Daron Acemoğlu, James Robinson y Simon Johnson. La razón principal por la que destaco este hecho es que estos tres profesores han logrado que la atención de los economistas nuevamente se centre en el rol de las instituciones como generadores de prosperidad y desarrollo.

Justamente sobre este tema me encontré con un artículo de la Revista de Economía Institucional de la Universidad Externado de Colombia escrito por estos tres economistas hace 19 años titulado “Los orígenes coloniales del desarrollo comparativo: una investigación empírica”. En su artículo del 2.005, los autores proponen discutir las causas fundamentales de las grandes diferencias actuales de ingreso per cápita entre países. Parten de una premisa clave: países con un mejor diseño institucional (tangible e intangible), realizan como sociedad más esfuerzos y destinan más recursos de capital físico y humano para lograr mayores niveles de ingreso.

Lo interesante de este trabajo es que se remontan a los orígenes y a la manera como fueron construidas cada una de las sociedades para reconocer que en función de sus raíces y de la manera como las potencias europeas hubiesen ejercido algún grado de control en los “períodos de experiencias coloniales” depende el estado actual de desarrollo. Tres focos base son considerados como premisas en su análisis para explicar la brecha entre países en la actualidad.

La primera se basa en la manera como se desarrolló el llamado período colonial, tomando como referentes extremos los estados extractivos, como lo sucedido durante varios años en Congo por parte de Bélgica, situación no muy diferente de lo que sería la Amazonía colombiana, peruana y brasilera, o muchas otras regiones de nuestro país en su momento estratégicamente “encomendadas” por los “conquistadores”, hasta sociedades nacientes que terminaron siendo réplica de la Europa en su momento como Australia, Nueva Zelanda, y Canadá, junto con Estados Unidos.

Como segundo foco, los autores señalan a la factibilidad del asentamiento en cada territorio como un elemento esencial de su desarrollo. Por supuesto ecosistemas hostiles para la vida humana harían menos probable la evolución de fuertes instituciones sostenibles en el tiempo y con ello su vocación de ser una sociedad extractiva más que la réplica de Europa.

Y por último, y no menos importante, reconocen la capacidad de la sociedad de mantener las instituciones construidas durante el período colonial una vez se hubiere llevado a cabo el fenómeno de independencia. Una evaluación de la capacidad de subsistencia de las instituciones que en el caso de nuestras naciones en América Latina y el Caribe persistieron muchos años después materializados en monopolios rentísticos, algunos de ellos aún vigentes.

De esta manera, entender los efectos de los sistemas coloniales extractivistas, que fueron en su gran mayoría los que fueron instituidos en lo que es hoy gran parte de América Latina y que persistieron a través de los años, aún después de la independencia, es en buena parte una de las razones que explicaría muchas de las brechas que hoy existen en materia de desarrollo en nuestros países.

Por supuesto la evidencia utilizada por los autores es más que sugerente. Un ejercicio desarrollado en el artículo se centra exclusivamente en entender sistemáticamente a partir de datos cómo el origen de aquellas democracias actuales cuyas raíces se asientan en una etapa colonial presentan instituciones más débiles frente al comportamiento medio del mundo. Variables como la protección media contra el riesgo de expropiación, la productividad por trabajador y el ingreso per cápita corregido por poder de paridad de compra, muestran niveles de mayor preocupación cuando provienen de un origen colonial extractivista que cuando no.

El resultado es corroborado a partir de un modelo de regresión lineal que pretende aislar el efecto del grado de protección del riesgo de expropiación sobre el PIB, tomando como variables control la latitud del país y el continente al que pertenece. La salida del modelo econométrico mostraría que la fortaleza institucional de un país medido por el riesgo de expropiación tiene una incidencia en la producción de la respectiva economía en menor intensidad cuando sus orígenes se remontan a episodios coloniales frente al comportamiento medio a nivel mundial.

Si bien el artículo de estos economistas no es totalmente concluyente sobre las causas y estado actual de nuestras instituciones, sí inspiran al lector a reconocer en la actualidad aquellos aspectos institucionales en los que los países deben insistir en fortalecer y/o mantener lo que en últimas podrían ser determinante para el futuro económico de nuestros países. Aspectos como la solidez de las instituciones frente al riesgo de expropiación, los derechos de propiedad bien definidos y la confianza jurídica de nuestro sistema económico como pilares del desarrollo futuro de nuestras sociedades. No solamente somos resultado de nuestra evolución histórica, sino de lo que podamos construir hoy para pensar en un mañana más próspero y menos desigual.

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