Agradecer nuestra hispanidad
De un tiempo para acá, está de moda renegar de nuestra hispanidad. En varios países latinoamericanos, empezando por México, el más rico de la época colonial, se ha vuelto un deporte nacional achacar todos los problemas actuales a la madre patria. El asunto es tan complejo que el gobierno mexicano resolvió no invitar a la posesión de Claudia Sheinbaum al rey de España.
La realidad es que los anglosajones mancillaron la reputación española, sembrando una narrativa negativa con la que magnificaron los abusos de la conquista, como si ellos hubieran sido monjas de la caridad.
En Colombia, se repudió lo hispano y se idealizó tanto lo anglosajón que se creó un mito urbano sobre Blas de Lezo, gran defensor de Cartagena de Indias. Se dice que si Lezo hubiera fracasado en la defensa de la ciudad, por el ataque de la gran armada del almirante Vernon, hoy en día hablaríamos inglés y seríamos tan desarrollados como los Estados Unidos. Tremenda tontería.
Por otro lado, en el infausto estallido social, los Misak resolvieron destruir la estatua del conquistador castellano-leonés Sebastián de Belalcázar, de origen campesino y humilde. En otras ciudades, los manifestantes, todos mestizos multiétnicos, destruyeron otros monumentos de nuestra historia española y de los próceres mestizos independentistas. Lo cierto es que todos estos monumentos son parte del patrimonio cultural de la nación colombiana. El clímax de arrasar lo propio fue la destrucción del monumento a la Raza y al Mestizaje en Neiva, pues este refleja lo que somos: la familia mestiza.
De hecho, los ingleses abusaron, saquearon y exprimieron a sus colonias, incluso hasta bien entrado el siglo XX. En Nueva Inglaterra y el sur de los Estados Unidos, los ingleses nunca se mezclaron con las poblaciones locales, las excluyeron, persiguieron y desplazaron, lo que siguieron haciendo los estadounidenses. En Latinoamérica, hubo abusos, pero el trato a las poblaciones nativas por parte de la Corona Española fue distinto. Además, el mestizaje fue generalizado, de españoles, indígenas y africanos subsaharianos.
Lo cierto es que somos ricos como nación por el mestizaje, por la mezcla de razas y culturas. No obstante, el elemento fundamental y principal de nuestra cultura es la hispanidad. Somos lo que somos, en nuestro núcleo esencial, por aquellos hispanos que, superando todas las adversidades, cruzaron el océano Atlántico y se arraigaron en el país. Nos trajeron su cultura y, con ello, el idioma y la religión católica. Por ello, denigrar lo hispano es denigrar contra nosotros mismos y lo que somos.
La explicación actual de ese odio a lo hispano nace de la estrategia política progresista de deconstruir las bases de la sociedad, de culpar, por los problemas actuales, a los conquistadores españoles y sus mestizos descendientes, que por 200 años han “mal gobernado”. A esto se suman conceptos de feminismo, igualdad, identidad de género, medio ambiente y cambio climático, todos ellos mal usados para atacar la institucionalidad, la empresa, la familia, el ahorro y el capital, y reivindicar supuestos derechos por atropellos históricos.
En conclusión, no hay por qué renegar de nuestra hispanidad o algo que perdonar a los conquistadores y a sus descendientes. Simplemente, debemos agradecer y trabajar para construir un mejor país, mestizo y unitario.