Algunas personas y países tienen la capacidad de caer más bajo y estar peor de lo que ya están. Es como si estuvieran metidos en un hoyo profundo y, aun así, tuvieran la capacidad de seguir cavando su propia desdicha y destrucción. Sacan la pala y, en su desgracia y con paciencia, siguen cavando más y más abajo hasta lograrlo. Algo así nos pasa a los colombianos.
Si las tragicomedias del desgobierno del “cambio” y la incertidumbre que vivimos como sociedad no fueran suficientes, ahora enfrentamos una situación de orden público exacerbada e inaceptable. Volvimos al pasado, a la Colombia inviable del terrorismo y el narcotráfico de los años 80, 90 y comienzos del siglo XXI. Recuerdo con terror todos esos años: las bombas del DAS, la de la 93, la de la 77 con 11, la del avión de Avianca, la del Club El Nogal, los asesinatos de Galán, Lara, Jaramillo, Gómez, Pardo, Pizarro, Hoyos y Cepeda -por mencionar algunos-, la toma del Palacio de Justicia, las tomas de poblaciones, las masacres, los secuestros, las desapariciones, las pescas milagrosas, la zona de distensión, etc.
Los jóvenes de hoy creen que ese mundo de violencia les era ajeno. Ahora les está tocando vivir algo que nosotros ya sufrimos y que tampoco queremos volver a padecer. Y lo peor: al Ejército y a la Policía el Gobierno los tiene maniatados, lo que ha repercutido gravemente en el orden público.
Recientemente se presentó un atentado terrorista con un carro bomba en Cali, que dejó siete muertos y más de 70 heridos, además de otra serie de atentados en diferentes zonas del país. Adicionalmente, se reportó el secuestro de 33 militares en Guaviare, por civiles que, según se cree, fueron hostigados y manipulados por los mismos guerrilleros. Estamos reviviendo el pasado, un déjà vu que no queremos repetir.
Y cómo no va a ser así, si no existe respeto alguno hacia el Ejército y la Policía, y sus capacidades han sido mermadas. Toda esta situación de zozobra e incapacidad se debe a este mal Gobierno, que inició su campaña política azuzando la falta de respeto a la Fuerza Pública durante el mal llamado “estallido social”. Hicieron política impidiendo el uso legítimo de la fuerza del Estado para despejar vías, conjurar el vandalismo y proteger la vida, honra y bienes de los indefensos ciudadanos, que quedaron a merced de una horda de desadaptados sociales.
Lo cierto es que no hay respeto por las autoridades y a estas les toca aguantar los atropellos, pues de no hacerlo, tienen una alta probabilidad de quedar enredadas en procesos disciplinarios y penales, a pesar de actuar dentro del marco de la ley. Ojalá no continúe esta escalada de violencia y podamos recuperar la paz y la tranquilidad, y que, además, el Gobierno no se vuelva “creativo” con alguna declaratoria de estado de emergencia para legislar por decreto e imponer sus absurdas ideas comunistas y dictatoriales, pues del petrismo ya nada sorprende.
Los colombianos no solo cavamos más hondo el hoyo de nuestra desgracia de manera exitosa, sino que, además, logramos poner en el Gobierno a los más ineptos para que nos ayuden a cavar.