Aspiraciones y realidades
En un escenario de inseguridad global latente y con actores que compiten por sus intereses, la incompatibilidad de las posiciones de occidente y Rusia, junto a sus discursos idealistas, han llevado a un sin salida que esta semana empezó a mostrar su lado más crudo. El anuncio del presidente ruso, Vladímir Putin, de reconocer la independencia de los territorios ucranianos de Luhansk y Donetsk, y los ataques militares de este jueves son un primer desenlace en una dinámica perversa que ha puesto a las partes en una posición de la que es difícil retroceder sin desprestigiarse.
Los análisis de los hechos recientes comparten elementos como el carácter expansionista de Rusia, su nostalgia imperial - o al menos de gran poder en la región -, el talante autoritario de Putin, o los errores sistemáticos de occidente en entender al gigante euroasiático y ofrecer una respueta coordinada. Siendo todo esto cierto, es verdad también que la crisis actual es, en buena medida, resultado de la acumulación de errores que podrían remontarse al final de la guerra fría.
En ese momento, la euforia liberal sirvió como motor a la aspiración de la Otan de expandirse progresivamente, con lo que superó su razón de ser original, en detrimento de una mirada más cauta que hiciera un análisis desde la perspectiva rusa. Esto habría permitido entender que tal movida sería tomada allí como una amenaza que debía ser respondida, como bien señaló recientemente Stephen Walt, y lo está evidenciando la coyuntura actual.
Cada anuncio sobre la expansión de la Otan, antes que contribuir a mejorar la seguridad de sus miembros, ha servido para que en una rusia económicamente débil, un gobierno con problemas de legitimidad interna y con aspiraciones de protagonismo ondee la bandera nacionalista. Así, con su llamado a contener la amenaza externa, Putin se legitima a nivel interno, al tiempo que reclama su papel central en la escena global.
A esto se suma que la agenda idealista de occidente de ampliar el ámbito de su modelo de seguridad, sin considerar las implicaciones frente a otros actores, carece de un arraigo en la realidad: no hay una verdadera disposición a involucrarse directamente en un conflicto que amenace a un país aliado.
Precisamente, uno de los principales reparos recientes ha sido sobre la falta de compromiso de Alemania, Francia, Estados Unidos y la misma Ucrania, frente a la implementación - o el desarrollo - de los acuerdos de Minsk, con los que se dio una primera salida a la crisis de 2014 y que podrían ser la puerta de entrada a una solución diplomática.
El escenario es desafortunado, ya que la Otan ahora enfrenta la encrucijada de amarrarse a una agenda auto impuesta sobre la que no hay un interés serio en defender, o abandonarla para evitar una confrontación en el este de Europa y con ello mostrar la debilidad de la posición anunciada.
Abordar el conflicto actual exclusivamente como un tema de principios e ideales en el que cada país debe elegir su modelo de seguridad es desconocer los errores acumulados de varias décadas y las realidades en el terreno. Citando palabras de Henry Kissinger, “el orden debe ser cultivado, no impuesto”, y el trabajo de cultivarlo debe ir más allá de defender posiciones meramente aspiracionales, que ha sido un craso error hasta ahora.