De la urgencia al gradualismo
Pocas decisiones debilitan más la credibilidad en las políticas públicas como su modificación una vez puestas en marcha. Evitarlo y poder avanzar hacia la llamada ‘nueva normalidad’ obliga a que las medidas urgentes adoptadas hace algunos meses para mitigar la propagación del virus ahora den paso a grandes dosis de gradualismo y acciones que contribuyan a una actitud cooperativa por parte de la ciudadanía.
Los pronósticos no son alentadores y hay quienes incluso señalan que la pandemia no será controlada antes de finales de 2021. Países como Nueva Zelanda y Corea del Sur, que han sido un ejemplo en el manejo de la crisis, han enfrentado rebrotes, teniendo incluso que involucrar al ejército para su control. Mientras tanto, diversos sectores económicos reclaman un pronto retorno a sus actividades, la criminalidad se dispara y el desespero de la población lleva a un ambiente cada vez más caldeado.
Lamentablemente, no hay fórmulas mágicas que permitan superar este escenario en el corto plazo, por lo que cualquier decisión de política será insuficiente para satisfacer todos los intereses involucrados.
Por ello es importante retomar un aprendizaje de la pandemia: la combinación de capacidades estatales robustas, un liderazgo efectivo y un tejido social fuerte juegan un papel determinante en el desempeño relativo frente a la crisis. Descartada la posibilidad de lograr cambios inmediatos en la primera variable, nos queda trabajar en las otras dos.
El ejercicio de cooperación a gran escala que demanda la situación actual exige un liderazgo claro y acciones orientadas a evitar un mayor deterioro del tejido social. Rotaciones de sectores autorizados para llevar a cabo sus actividades, turnos de restricciones a la movilidad, adopción de nuevos horarios y cambios en las formas de relacionamiento - todas ellas medidas necesarias en los planes de retorno - solo serán posibles si inspiran suficiente credibilidad en la población y consiguen que cada quien contribuya como se requiera.
Precisamente por esto, es recomendable adoptar estrategias graduales que permitan hacer una transición progresiva hacia la nueva normalidad. No solo porque es importante monitorear la evolución del número de casos a medida que se da apertura a localidades o actividades productivas - algo que se ha venido haciendo - sino porque, en paralelo, es necesario construir confianza en las instituciones responsables por la toma de decisiones y quienes están frente a ellas.
Se requiere, también, evitar un desborde en el número de contagios y muertes que obligue a corregir políticas, y promover acciones orientadas a crear un ambiente positivo en la ciudadanía. Ejemplo de esto son aquellas relacionadas con los parques y otros espacios abiertos, con las cuales se envía un mensaje de avance y se contribuye a cimentar la resiliencia necesaria para esta transición.
El proceso será lento y tomar decisiones súbitas que disparen los contagios, o minen la credibilidad de las políticas y exacerben las pasiones ciudadanas no aporta a los objetivos buscados.
En últimas, aunque buena parte de la atención hoy la capturan los esfuerzos por encontrar una vacuna, su efecto será limitado si por falta de confianza y actitud cooperativa, parte de la población decidiere no tomarla. Ese es el tipo de riesgos que está en juego.