El otro lado de la crisis
Las masivas protestas de las últimas semanas han evidenciado la incapacidad del Gobierno de conectarse con la ciudadanía, entender la verdadera naturaleza de la movilización y proponer salidas reales. Al mismo tiempo, esta coyuntura ha dejado al descubierto falencias profundas en algunos personajes de la política del país, siendo el caso más claro el de Gustavo Petro, quien con su oportunismo no solo agudiza la crisis, sino que también le ayuda al Gobierno a no tomarse en serio el malestar ciudadano.
La desconexión de Duque con el país es incuestionable. Las respuestas a las razones subyacentes a la movilización no solo fueron tardías, sino que también carecen de sentido. Por ejemplo, cualquier manual de negociación explica que la única agenda válida es aquella que se negocia con el adversario; en contra de esto, la decisión fue anunciar de manera unilateral seis puntos y sus tiempos de discusión.
Como si no fuera suficiente, los títulos que incluía dicha agenda inmediatamente generaban rechazo en diversos sectores, siendo “paz con legalidad”, tal vez, el mejor ejemplo (¿o sea que la paz anterior es ilegal?). Los espacios a los que fue convocada la llamada conversación nacional terminaron siendo escenarios de rendición de cuentas, que de cualquier manera deslegitiman un verdadero diálogo.
Pero si del lado del gobierno la respuesta ha sido precaria, el oportunismo de Petro ha sido, por lo menos, muy dañino. Entre sus comentarios se destacan la comparación de las marchas con la votación que obtuvo, con lo que parece desconocer que buena parte de esos votos no eran suyos, sino de rechazo al candidato de Uribe. Su pretensión de mostrarse como quien puede descifrar una movilización caracterizada por la diversidad de agendas ciudadanas es un burdo intento de centralizar en torno suyo la respuesta al malestar general.
Su uso del lenguaje tampoco ayuda a la ponderación que se requiere en una coyuntura como la actual: “La represión de la dictadura de Duque debe terminar.”, “En Bogotá hay un régimen de facto legitimado por Peñalosa y Duque que convierte a la ciudad en una cámara de gas”, “Esto es violencia estatal. Esto es lo que convierte a Duque en un megavándalo”, son algunas de las lamentables afirmaciones provocadoras del famoso senador.
Todo esto como parte de un esfuerzo desmedido por capitalizar la crisis en búsqueda de su beneficio personal, al tiempo que brilla por su ausencia en los espacios institucionales del debate, como aquellos donde se ejerce el derecho de réplica que tiene la oposición. La pequeñez en su máxima expresión, en un momento donde escasea la grandeza. Con estas acciones, Petro pasó en año y medio de representar la alternativa viable a la llegada del uribismo, y la oportunidad de implementar el acuerdo de paz, a ser quien le da al gobierno la munición que requiere para desviar la atención de los verdaderos motivos del malestar ciudadano y con ello continuar sus políticas que generan tanto rechazo.
Duque y Petro desarrollan una relación simbiótica en la que la supervivencia de uno depende de la existencia del otro. Pero, más que eso, con su intento fallido de apropiación de la protesta, Petro irrespeta a quienes se movilizan legítimamente.
Tal vez sea esto un claro llamado de atención sobre la necesidad de poner los reflectores sobre nuevas figuras políticas que sí logren hacer una lectura adecuada del país.