Sobre ‘tengo otros datos’
En una entrevista realizada esta semana al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, por parte del periodista Jorge Ramos, una y otra vez el mandatario acudió al lugar común de deslegitimar la información con la que se le cuestionaban sus políticas, con la famosa frase ‘tengo otros datos’. Sin importar que se tratara de fuentes oficiales - y suministradas por su mismo gobierno - López desvirtuaba los argumentos del periodista acudiendo a ‘otros datos’ con los que - sin mencionarlos - buscaba defender su gestión.
Esta práctica ha tomado fuerza en los últimos años como resultado del crecimiento exponencial en medios difusores de información no verificable y la mayor confianza en las redes sociales como fuente de noticias, lo que siempre abre la posibilidad de apelar a una “realidad alternativa”: usualmente aquella que corrobora los sesgos a priori que todos tenemos, independientemente de qué tan verídica sea. El mejor ejemplo de esto fue el gobierno anterior en los Estados Unidos, pero la región no ha sido la excepción, como lo estamos viendo.
Lo delicado del tema es que, en un escenario en el que los expertos coinciden en señalar una mayor polarización, y donde la dificultad en llegar a acuerdos entre sectores opositores es cada vez mayor, la tergiversación de la realidad para analizar fenómenos de interés público solo complejiza el logro de consensos. Así, acudir al recurso de referirse a ‘otra realidad’, termina convirtiéndose en el menosprecio de los argumentos de aquellos que no ven lo mismo que nosotros, y, por ese camino, en una amenaza para la democracia.
Desde algunos enfoques teóricos en el estudio de resolución de conflictos, hay un resultado aparentemente sencillo, pero que tiene un enorme potencial para la comprensión de estos fenómenos: en tanto las partes tengan una visión compartida sobre los eventos en discusión, y cada una esté dispuesta a actualizar sus creencias a partir de nueva información disponible, el desacuerdo no será posible.
Naturalmente, para hacer práctico este resultado habrá que incorporar todos los temas procedimentales para el tratamiento de los conflictos. Entonces, asumiendo un diseño de proceso idóneo, y una táctica impecable, la prevalencia de los desacuerdos recaerá ya sea en la imposibilidad de construir dichas visiones compartidas mínimas, o en la reticencia de al menos una de las partes a cambiar sus posiciones originales. Este último requisito es cada vez más difícil de cumplir, en la medida en que cada quien se encierre en sus cámaras de resonancia y se rehúse a escuchar opiniones diferentes, como está ocurriendo; después hablaremos de esto. Pero el primero es especialmente grave en situaciones, como la del caso de AMLO, donde es el mismo Estado el que intenta generar la multiplicidad de realidades que hace más difícil la construcción de acuerdos.
Así, la retórica de ‘tengo otros datos’ se convierte en una espada de doble filo, donde, con la expectativa de salir bien librado de una situación como la de los cuestionamientos a la gestión propia, termina poniéndose en duda la misma información que serviría para acordar mejores políticas públicas. No ayudan mucho estos esfuerzos orientados a desvirtuar cifras para justificar una gestión pública cuestionable. Nada sustituye reconocer la realidad como es, y trabajar para la generación de consensos que permitan transformarla. Sí, aquí también pasa.