Xenofobia criolla
Las crisis políticas y socio económicas en Siria, el norte de África, Venezuela o Centroamérica han puesto el tema de la migración y la xenofobia como un punto clave en la agenda global. Los casos recientes de estigmatización contra venezolanos en Colombia merecen mayor reflexión y un manejo mucho más cuidadoso.
Durante la última década, funcionarios públicos de diferentes lados del espectro ideológico a lo largo del planeta han lidiado con estos temas. Ejemplo de ello son los programas orientados a una mejor integración de los migrantes (o refugiados), de tal manera que las preocupaciones de la sociedad destino - capacidades del sistema de seguridad social, empleos, seguridad - no se traduzcan en un deterioro de la situación, con consecuencias que lamentar.
Sin embargo, también hay quienes estratégica o genuinamente han aprovechado tal escenario para consolidar un discurso que les genere réditos políticos. Partidos como el Frente Nacional en Francia, Fidesz en Hungría o el Partido Republicano tras la captura trumpista en Estados Unidos, han alzado las banderas del nacionalismo xenófobo para consolidar una agenda con graves implicaciones sociales. En Alemania, los discursos de la AfD han alimentado el odio contra los migrantes sirios y se han traducido en ataques con piedras, quemas de hogares y asaltos a inmigrantes en estados como Sajonia.
Colombia no es ajena a esta situación. La semana pasada, tras las declaraciones de la alcaldesa de Bogotá en contra de migrantes venezolanos, la cantidad de publicaciones discriminatorias en redes sociales aumentó en un 576% con respecto al promedio diario del mes de marzo, según cifras del Barómetro de Xenofobia - un proyecto que hace seguimiento a las conversaciones en medios digitales sobre la población venezolana en el país. Por su parte, los mensajes que relacionan a migrantes con hechos de seguridad o crimen aumentaron alrededor de un 1.800% con respecto al promedio diario del mes, muchos de ellos con adjetivos y verbos denigrantes.
De manera similar, el número de anuncios de capturas realizadas por la policía a migrantes venezolanos es proporcionalmente muy superior al número de crímenes en los que participan.
El común denominador de unos y otros casos es el posicionamiento de discursos identitarios, la construcción social de un enemigo común despojador que atenta contra valores de la sociedad destino y que se convierte en una amenaza a combatir. Un discurso trillado que crea un “nosotros” y un “ellos” bien diferenciado pretende eliminar la complejidad de los problemas y evade responsabilidades en su manejo, asignándolas a otros que son relativamente fáciles de identificar.
Problemas tan complejos como la asimilación de población de un país vecino ante el colapso de su sistema económico y el recrudecimiento del régimen político van más allá de declaraciones ante micrófonos, cámaras o, peor, en Twitter. Pero la simplicidad del análisis y el afán político y mediático son más tentadores que hacer un análisis integral de estos fenómenos.
En un escenario social y económico crítico, con un desempleo rampante, una altísima pugnacidad en el debate público, y un inconformismo exacerbado, de poco ayuda sumarle a este barril de pólvora la llama del discurso xenofóbico. Y tampoco es moralmente correcto.