El surgimiento de la sociedad basada en la información está generando una serie de cambios que el género humano nunca ha experimentado antes. Las repercusiones de esta emancipación tecnológica y su marcada obsesión por la generación de datos y la consolidación de estos en todo tipo y clase de información impactarán en lo que somos, representamos y sobre todo en la forma como nos relacionamos, afectando el mercado laboral, la seguridad geopolítica y las condiciones de desarrollo y equidad, bajo los que se supone se construyen el marco ético de lo que debería ser nuestra sociedad.
Desde la aparición de los primeros modelos de ciudad, cuando los grandes imperios avanzaban en la expansión de sus territorios a través de un juego que combinaba el ejercicio de la política con la correcta y eficiente administración de los recursos disponibles a través de formas de organización basadas en la Polis y la Res Pública, hemos presenciado un proceso emergente y evolutivo de desarrollo asociado a tres esferas. La primera asociada a la naturaleza como elemento determinante del desarrollo social y la evolución humana; la segunda, asociada a las formas de organización económica y política de los recursos, en donde la “ciudad” ha sido el escenario más relevante de todos; y la tercera esfera, asociada a los mecanismos de interacción que han posibilitado las relaciones entre los miembros de la sociedad.
La relación de las tres esferas ha estado asociada a una especie de fuerza centrífuga, que a partir de los recursos brindados por la naturaleza (primera esfera), ha permitido el avance de diversas formas de estructuras económicas, políticas y sociales (segunda esfera), generando la evolución de las tecnologías asociadas a la comunicación, democratizando el acceso a la información y la universalización del conocimiento al servicio del hombre, sin barreras de espacio y tiempo, superponiéndose a la importancia de las dos esferas anteriores, migrando incluso a la consolidación de un nuevo mundo digital (tercera esfera), que funciona de forma paralela al mundo físico y que en la actualidad supone igual e incluso de mayor importancia en todos los escenarios en los que se desarrolla y se desenvuelve la vida humana.
Es precisamente la importancia de esta tercera esfera lo que ha generado una migración sin precedentes hacía el mundo digital y la sociedad de la información, el único entorno, en donde para desempeñar un papel activo como ciudadano, no sólo se requiere disponer de las tecnologías necesarias, sino que, además, es preciso contar con competencias, conocimientos, habilidades y destrezas. Somos una suerte de nómadas que de manera permanente requerimos acceso al mundo digital. Este nomadismo puede ser asumido como un estilo de vida, como una forma específica de subsistencia que dispone de una organización social, política, económica, religiosa y administrativa con capacidad de adaptación, ligada a las más antiguas formas de subsistencia y desarrollo humano.
El “nomadismo digital” es precisamente una de las mejores formas para describir el rumbo bajo el que se mueve actualmente la sociedad. Así como Adam Smith centró el desarrollo del pensamiento liberal clásico en el egoísmo, la mano invisible y la división del trabajo, el nomadismo digital, pareciera retomar tres revoluciones industriales después, una nueva forma de entender el paradigma clásico que dio lugar al amanecer del capitalismo. El nomadismo digital, es la base de la consolidación de la nueva inteligencia territorial y por lo tanto el reflejo más claro de lo que busca representarla figura de un ciudadano inteligente que en el desarrollo de sus competencias y capacidades para desarrollar su ocupación en cualquier espacio geográfica, gracias a la adaptación y el empoderamiento de las nuevas tecnologías, ha venido consolidando, un proceso socioeconómico que ha vuelto revivir la importancia del debate alrededor de la división del trabajo. Este movimiento, esta diáspora de migración hacia las nuevas tecnologías y su impacto en un escenario post pandemia, llegó para quedarse y supondrá con un acelerado ritmo, la liberación del mercado de trabajo, la ruptura de sus inflexibilidades al tiempo que rompe los paradigmas asociados a barreras geográficas, rutinas, horarios, jerarquías y estructuras laborales tradicionales.
La Colombia del futuro, aquella que va más allá de la incertidumbre que hay detrás de los resultados de unas elecciones o del comportamiento cíclico de los fundamentales macroeconómicos, debe asumir esta nueva realidad, ya que como lo señala Rachel Woldorf y Robert Litchfield en su libro “Nómadas Digitales” - libro que recomiendo - “las nuevas generaciones, nómadas digitales por naturaleza, no están dispuestos a aceptar la realidad que les representa la sociedad que nos ha regido en los últimos 80 años”. En tal sentido, nuestras instituciones no pueden seguir administrándose, sin considerar la importancia asociada a la libertad, a un manejo eficiente, transparente y equitativo donde el centro debe ser la gente. El país no puede seguir ignorando las expectativas de las nuevas generaciones y debe estructurarse de forma que potencie el talento para aprovechar su creatividad, inspirar su innovación y generar calidad de vida para todos los habitantes.