Analistas

Aprender a navegar en la tormenta

Laura Sarabia

Aunque la tormenta sacuda con fuerza, la relación con Estados Unidos es demasiado vital para dejarla naufragar. Colombia necesita de Estados Unidos y Estados Unidos necesita de Colombia. Esa interdependencia, tejida durante décadas, no puede ponerse en riesgo.

Hoy enfrentamos un momento decisivo: estamos a días de definir la certificación en materia de drogas. Pensar que una eventual descertificación sería un fracaso personal del presidente Petro es ingenuo. Una descertificación es un fracaso de Colombia, y a nadie le conviene ese escenario. Estados Unidos sabe que Colombia es su principal aliado en la región andina, socio clave en seguridad y mercado vital para miles de empresas. Pretender que ese vínculo se puede romper sin costos sería una irresponsabilidad.

Tenemos algunas certezas. La primera, que el Gobierno ha buscado nuevas estrategias, aumentando la destrucción de laboratorios de droga y elevando de manera significativa las operaciones de interdicción. En 2024 se desmantelaron más de 200 laboratorios y gracias a la interdicción marítima la Amada Nacional informó que 60% de las incautaciones de cocaína se han realizado en cooperación con Estados Unidos. Golpear al campesino no trae resultados: deja a miles de familias en la incertidumbre mientras los narcotraficantes disfrutan las utilidades. El foco no está en los cultivos en los territorios más excluidos, sino en las finanzas y en las rutas del narcotráfico. Allí deben concentrarse los esfuerzos. La ruta está trazada: una combinación de erradicación forzosa, erradicación voluntaria, presencia efectiva del Estado y una cooperación internacional alineada a resultados medibles y verificables.

La segunda certeza es que hemos avanzado lentamente en la sustitución de cultivos. Se requiere más dinamismo y, sobre todo, mayor compromiso de las entidades encargadas. Las cifras reflejan una realidad: un atraso estructural acumulado durante muchos años. Es momento de acelerar, de invertir en infraestructura rural, en acceso a mercados legales, y en educación, porque sin alternativas sostenibles cualquier intento será incompleto.

El presidente Petro ha marcado una línea clara, pero necesita un equipo que ejecute en el territorio, no que lidere la política de drogas únicamente desde un escritorio. Hay avances, sí, pero aún son insuficientes.

Una posible decertificación, como lo mencionaba el embajador de Colombia en Estados Unidos, desconocería el costo humano que hemos pagado en esta lucha. No hace más de unas semanas perdimos a más de 13 policías en una operación de interdicción en Antioquia. Ellos son la prueba más contundente de que Colombia sí está apostándole a combatir el narcotráfico.

Por eso, desde el empresariado, el sector financiero, las comunidades, el Gobierno Nacional y los mandatarios locales debemos comprometernos con la tarea de mantener el puente en tiempos de tormenta. Muchos miembros de la oposición deben dejar de lado la camiseta de la ideología y las venganzas personales, para ponerse la camiseta del país. Apostar por romper relaciones con Estados Unidos no es defender a Colombia: es simplemente hacer política.

La lucha contra las drogas no nació con este Gobierno ni terminará en él. Es una tarea de largo aliento que exige continuidad, realismo y cooperación. En ese camino, por más diferencias que existan, Colombia necesita de Estados Unidos tanto como Estados Unidos necesita de Colombia.

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