Analistas 23/07/2020

Dándoselas de machitos

Leopoldo Fergusson
Profesor Asociado, Facultad de Economía, Universidad de los Andes

La pandemia de covid-19 amenaza con exacerbar las desigualdades sociales en el mundo, y Colombia no es la excepción. Por eso, entre otras razones, muchos hemos insistido en la importancia de robustecer la redistribución y la protección de los más vulnerables. A los esfuerzos adelantados por el Gobierno Nacional y los gobiernos locales, se suma ahora una discusión bienvenida sobre un ingreso básico universal o garantizado en Colombia, que podría traer beneficios durante la crisis y en tiempos normales.

Pero la distancia entre ricos y pobres no es la única que puede acentuarse con la pandemia si no tomamos medidas oportunas. La brecha entre hombres y mujeres también puede acrecentarse con el coronavirus. Los datos sugieren que la pérdida de empleos golpeará proporcionalmente más a las mujeres. Y no es solo eso, sino que aun cuando no pierden su empleo, las mujeres sufren una carga mayor.

La academia es un sector ideal para estudiar este último efecto. La mayoría de los profesores no hemos perdido nuestros trabajos que (con retos, pero sin limitaciones insuperables) podemos hacer desde casa. Pero por más estable que sea nuestro trabajo y por más “progres” que nos sintamos los académicos, las mujeres académicas han tenido que reducir su producción intelectual más que los hombres.

Detrás de estas tendencias hay, seguramente, muchas explicaciones. Sin embargo, el caso de la academia sugiere que los roles de género o, para decirlo sin rodeos, el machismo, debe estar jugando un papel importante.

Y es que el problema con el machismo, como con otras costumbres colectivas y normas sociales, es que prevalece en muchos entornos sin que lo notemos o sospechemos. Es más, hoy algunos hombres quizás se sienten muy orgullosos porque han asumido nuevas tareas en el hogar, sin reconocer que eso puede ser enteramente consistente con que la pandemia tenga un impacto más pronunciado en sus parejas mujeres.

Si se trata de machismo en lugares insospechados, mi ejemplo favorito (no es la primera vez que lo reseño) viene de un estudio con estudiantes de MBA en una universidad prestigiosas de los Estados Unidos. Los economistas Leonardo Bursztyn, Thomas Fujiwara y Amanda Pallais les preguntaron a los estudiantes acerca de sus aspiraciones profesionales.

La primera sorpresa es que las mujeres reportan sistemáticamente menor ambición profesional que los hombres en un contexto donde, quizás, anticiparíamos que llegan personas cuyo nivel de calificación y éxito profesional implica orgullo de reconocer sus exigentes aspiraciones. La segunda sorpresa, más inquietante, es que esta diferencia aparece solo si se cumplen dos condiciones: si las mujeres están solteras y si la pregunta es formulada en público.

La conclusión es que las mujeres solteras están “dándoselas de esposas” (acting wife, es el sugestivo título del estudio) cuando expresan sus ambiciones laborales en público. Para no intimidar a sus inseguros potenciales pretendientes, tienen que disimular sus sueños. En público dicen querer 15% menos de salario, 7 días menos de viaje por mes, y 4 horas menos de trabajo por semana que lo que confiesan en privado.

Todo esto sugiere que las medidas de mitigación en la pandemia deben adoptar este enfoque diferencial. Pero, más de fondo, abre la pregunta sobre cómo podemos cambiar las raíces profundas de la persistente desigualdad entre hombres y mujeres. Buena parte de estas desigualdades se cimientan en normas sociales. Como las estudiantes del estudio, actuamos de cierta manera guiados por lo que creemos que los demás esperan. Esa influencia social, en un contexto de machismo generalizado y formas sutiles de restarle valor a las mujeres, es difícil de romper.

El caso más optimista ocurre cuando, a pesar de que en nuestra intimidad no somos machistas, pensamos que los demás sí lo son. Dada esa influencia, actuamos en conformidad; dándonoslas, en este caso, de machitos. Pero bastaría con que nos cuenten que nuestros amigos, a fin de cuentas, no nos valoran menos si cambiamos pañales, cocinamos o limpiamos la casa, o simplemente compartimos la carga mental de labores que solemos evadir, para que dejemos la pendejada.

Esto, de nuevo, puede suceder en algunos entornos insospechados. Otro estudio de Bursztyn y coautores muestra que en Arabia Saudita muchos hombres se oponen a que sus mujeres trabajen fuera del hogar porque sospechan que sus amigos lo verían con malos ojos, aunque en su intimidad no ven nada de malo en ello. Este caso, conocido entre especialistas como de “ignorancia pluralística” se resuelve fácil. La gente ya tiene las creencias correctas y basta con informarle sobre las verdaderas creencias de sus amigos para que se porten mejor.

Tristemente, creo que en Colombia estamos lejos de esa forma de ignorancia pluralística. Los dolorosos casos de abuso que han llegado recientemente a las noticias, y los más silenciosos que parecen crecer con el confinamiento, indican que en Colombia sufrimos un tipo más grave de ignorancia: no ver a todas las personas como iguales.

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