Análisis 17/07/2023

BlablaCar

Lewis Acuña
Periodista

Ser emprendedor es ir subiendo uno a uno los peldaños que usted va construyendo. Un emprendedor asciende por la escalera, no busca un ascensor, porque no lo hay.

Para tener esa idea, esa gran idea, de la que parte un emprendimiento exitoso no necesita estar trabajando en un entorno de cirugía virtual en 3D para que un astronauta pueda entrenarse antes de operar a uno de sus compañeros en caso de que le ocurriera algo durante una misión espacial a Marte. Tampoco es indispensable que estudie en Stanford y trabaje con la Nasa o Google en Silicon Valley, aunque Frédérick Mazzella lo hizo, pero no fue allí donde surgió la idea que hoy moviliza a 100 millones de personas.

Era diciembre y el deseo de estar durante las fiestas con su familia que se encontraba a 450 kilómetros, le dieron la chispa a Mazzella. Harían falta la madera y el oxígeno para encender su idea, surgida por esa distancia de París a Vendeé, su ciudad natal. A Francia había regresado tras algunos años en “la meca” de las Startups, San Francisco, a donde llegó en 1999 y presenció el estallido de la burbuja de las punto com.

Eran los primeros años del cambio de siglo y él, un joven con agallas, experiencia y sobre todo, creatividad. Ya venía tiempo asegurando que “nuestras sociedades y nuestra educación nos enseñan mucho más a reproducir cosas o restaurar información que a crearlas”. También cargaba a cuestas sus errores de los que aún sostiene que no debían ser estigmatizados, que tener miedo a equivocarse hace perder la oportunidad de intentarlo. Para él era normal que una aplicación no fuera perfecta en el momento de su lanzamiento, que antes de alcanzar un rendimiento eficaz, no todo funciona óptimamente y que son los usuarios los protagonistas del desarrollo al detectar, informar y reportar los problemas para que surjan mejores funciones.

Todos los trenes estaban copados esa Navidad y él no tenía carro. Su hermana, quien se dirigía desde Rouen a Vendeé, aceptó su llamado para desviarse a París y terminar el viaje juntos. En el camino, vio pasar el TGV por la autopista A10, el que pudo ser su tren sin alterar la ruta de su hermana ni tenerlos por horas atascados en el tráfico intenso de la temporada. Cientos de carros intentando llegar al mismo destino y muchos de ellos ocupados tan solo por el conductor.

Ahí surgió la idea. Una tan obvia que pudo haber hecho millonario a otro, pero fue él quien se tomo el trabajo de hacerla real. Y de eso, trata el libro.

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