vEn su interior algo le decía que valdría la pena el sufrimiento de cada inhalación. No se imaginó que el olfato para los negocios a veces es literalmente castigado. Tampoco, que podría ser el olor de su primera victoria. Tenía 12 años. Era diciembre.
Si en ese momento hubiese existido el comercio digital como lo conocemos y en el que actualmente es un experto, tal vez la oportunidad no lo habría encontrado en la puerta de ese local administrado por su papá, quien creyó que sería un gran apoyo para la vigilancia en temporada alta. Que lo era no solo en ingresos, sino en temperatura. A medio día, dentro de esa sucursal, el oxígeno se sentía escaso, con tantos posibles compradores desfilando por el embudo de ventas. Como el hombre con piel de color tomate intenso que vio entrar transpirando por cada poro.
Su ropa estaría seca si no la tuviera puesta. Sus zapatos eran prueba agonizante de las millas acumuladas de viajero a pie. Se sienta en una de las bancas para clientes. Todos lo ven, nadie lo atiende. Ninguno quiere hacerlo. Prefieren perder la posible comisión. El preadolescente lo nota desde la puerta. Se extraña. Va donde la empleada más experimentada con la pregunta obvia. La forma en que ella arruga la nariz y arquea los labios desnudan el asco. Él entiende la respuesta. Va por dos pequeñas bolsas a la bodega y con ellas en las manos, hacia la posible primera venta de su vida.
La actitud del hombre rimaba perfectamente con su apariencia. La desnudez de sus pies dentro del calzado, con la respuesta de la vendedora asqueada. Ella tenía razón. Su experiencia provocó las náuseas con las que instintivamente rechazó tratarlo. Tras el cruce de algunas palabras, y al verlos de cerca, el muchachito reconoció el modelo ideal de zapatos. Le resultó sencillo; lo difícil era que se los probara. No para el hombre, sino para todos los que miraban hacia otro lado; entrecerrando los ojos y respirando por la boca, tratando de evitar el aroma que apuñalaría incluso a sus papilas gustativas. Para eso eran las bolsas y el ingenio.
No las llevó para sus manos. Las bolsas eran para contener la furia del hedor acumulado en los pies de un hombre honesto que trabajaba caminando y quería darse un regalo. Para que se las pusiera y se pudiera probar los zapatos. El ingenio, para decirle que no podría darle un mayor descuento que el navideño, pero que le encimaba un par de medias gratis para que se los llevara puestos.
No fue solo su primera venta. Para Juanma Gaviria fue un acto de humanidad. La misma que hoy considera el ingrediente esencial en un proceso sistematizado, exitoso y que enseña en su libro ‘Véndelo Todo ChatIAndo’.