El ruido es el nuevo aire. Está en todas partes. En las calles que nunca callan, en las pantallas que nunca descansan, en la mente que nunca se detiene. Vivimos rodeados de estímulos y al mismo tiempo hambrientos de algo que escasea cada día más: silencio.
Ese silencio no es solo la ausencia de sonido. Es también la ausencia de distracción. Una habitación en calma puede ser tan ruidosa como un concierto si la mente no se apaga. Ruido. Mucho ruido. Agobiante y esclavista. Uno, el externo, hecho de pitos, notificaciones y voces. Otro, el interno, hecho de pensamientos repetidos, preocupaciones y comparaciones. Ambos se retroalimentan. Cuanto más ruido afuera, más difícil silenciar el de adentro.
Buscar el silencio es mucho más que insonorizarse en cuatro paredes. Es aprender a reconocer las señales que aturden, a distinguir lo que interrumpe la atención, a identificar cuándo lo que parece normal desgasta la existencia. La que se va olvidando de cómo vivir. De seguro hay quienes prefieren recibir una descarga eléctrica antes que enfrentarse a su propia mente sin estímulos. Es la medida de nuestra dependencia al ruido.
El silencio es la meta. Estimula la creatividad y fortalece la memoria. Estudios neurológicos demuestran que el cerebro genera nuevas neuronas en condiciones de calma profunda. Es en ese espacio vacío donde aparecen las ideas que nunca surgen cuando todo suena. Es allí donde se toma distancia del impulso de reaccionar y aparece la claridad para decidir.
El silencio no se trata de cantidad sino de calidad. Unos segundos de atención plena pueden cambiar una conversación, una reunión o una relación. También puede vivirse en momentos de intensidad, como al correr una maratón o permitirse el éxtasis del gozo de un concierto. Lo llaman estados de atención prístina, cuando no queda espacio para la rumiación y la mente se alinea con lo que ocurre. Es el aquí y ahora.
Recuperar el silencio es una revolución personal. Un grito de inconformidad en el mundo de lo inmediato. Es elegir espacios de pausa. Es optar por el recurso vital para pensar mejor, relacionarnos mejor y decidir mejor. Un acto que exige la valentía de la disciplina.
El valor del silencio, cómo encontrar la serenidad en un mundo lleno de ruido, de Justin Zorn y Leigh Marz, explora cómo reencontrar esa atención esencial en medio del inevitable ruido. De cómo llevarlo a rendirse ante el hecho de que, con intención, ya no tendrá nada más que decir, nada más con que aturdir.