Al año y medio el perrito murió de un cáncer terminal. Sonia y su familia no pudieron hacer nada más que acompañarlo en ese prematuro adiós. Solo tuvo tiempo en este mundo para crear el inmenso espacio de amor y compañía. Imagino su dolor.
Una vez que amas un perro, los amas a todos. Entiendes la lógica del deber cumplido. Mover el rabo, corretear un juguete, dejar algunos pelos por allí, otros más allá y con ellos marcar su territorio en la ropa negra, por ejemplo. Dar la pata, sentarse, dar vueltas en el piso, traer el palito. Esas ya son arandelas cuando su sola presencia asegura una compañía. Así hasta que, en los casos ideales, parten al cielo de los perritos -digo yo- que debe ser incluso mejor que al que aspiramos como humanos. Ha de ser perfecto. Ha de ser el de los ángeles. Han de llegar satisfechos de brindar su tiempo de vida para poner a prueba los más nobles sentimientos de las personas. Han de llegar sin culpas.
Sonia sintió -dice ella- el vacío. La ausencia. No podría reemplazarlo, pero sí honrarlo. La familia abrió las puertas para que el dolor saliera y llegara el nuevo cachorrito adoptado de dos meses y medio. Así fue. El gran aprendizaje venía en el diminuto cuerpo de un chihuahua bebé, mordelón, juguetón y dispuesto a cumplir con lo suyo. Qué instante tan cruel y claro vive en la memoria de ella.
El inofensivo feroz optó por el pie de Sonia como objetivo de diversión. Para pocas cosas más grandes le alcanzaban sus cariñosas fauces y por ello, en el inocente acto de tratar de apartarlo, él terminó golpeándose con la cama. Nada que la alarmara, pero que terminó matándolo pocas horas después, a los 15 días de haber llegado. Un cachorro que se va, la gran culpa que llega.
“Si no hubiera movido el pie…, si hubiera reaccionado de otra manera, si lo hubiera dejado en el comedor… ¿Por qué no lo protegí mejor?” se repetía. Culpa, tristeza y rabia. Dice que cuando el ciclo de la culpa arranca, es muy duro bajarse de él. Repasar lo que se hizo, sentir el malestar físico, revivir el error y volver a la culpa. En ese momento sentía que la vida era cruel y ella su víctima. A todos nos ha pasado y buscamos los porqués, pero no siempre se tiene el lujo de recibirlos y la vida sigue. Es la incertidumbre vital de la falta de lógica con la que la existencia nos va marcando, pero sin condenarnos a permanecer por siempre en el dolor y las dudas.
“Una persona que se siente culpable se convierte en su propio verdugo”, escribió Séneca. Una cita que usó Sonia Rico en su guía para atreverse a soltar el sobrepeso emocional y vivir con plenitud, a la que llamó “Querida culpa: gracias, pero adiós.