La justicia no es solo una palabra. Es el eje que sostiene todas las virtudes y la que define quiénes somos en los momentos cruciales. Cicerón, el filósofo, dijo que es “el máximo esplendor de la virtud”, pero también la que nos confronta con las decisiones más difíciles, esas donde no hay testigos, solo nuestro reflejo en el espejo. La justicia, en su esencia, no es un concepto abstracto, sino una acción concreta, diaria, que exige de nosotros algo más que buenas intenciones.
Hay que imaginar, por ejemplo, al líder de una nación a punto de decidir el destino de su país por un fallo que era evitable pero que ya no está en sus manos corregir. Podría salvar su reputación pasando de agache frente a los errores de sus ministros, pero sabe que, en el peor escenario, eso podría costarle la estabilidad política. Así que elige lo correcto, lo incómodo, lo difícil: asumir la responsabilidad y la falta de preparación para el cargo. No es un relato heroico ni para aplaudir, sino una decisión ética que ocurre lejos de las cámaras y las redes sociales. Aquí es donde la justicia realmente importa: no en la grandilocuencia de un discurso, sino en la capacidad de priorizar el bien colectivo sobre el beneficio personal.
‘Ser justo en un mundo injusto -De la bondad a la grandeza-‘, de Ryan Holiday, explora a profundidad la justicia como la virtud esencial. No solo pertenece a los grandes escenarios, sino a las elecciones más cotidianas: cómo tratamos a quienes nos rodean, cómo cumplimos nuestras promesas o si somos íntegros cuando nadie nos observa. Sin justicia, cualquier gesto de virtud se vuelve inútil. ¿De qué sirve el coraje si no es para defender lo que es justo? ¿Qué valor tiene la sabiduría si no es para discernir lo correcto? Sin justicia, todas las virtudes pierden su propósito, su fuerza y su esencia. Pero la justicia no es sencilla, argumenta.
Vivimos en un mundo que constantemente nos empuja a lo contrario. A menudo, lo injusto es más cómodo, más rápido, más lucrativo. Elegir lo correcto requiere un nivel de autodisciplina y valentía que pocos están dispuestos a sostener. Es el límite entre el bien y el mal, lo ético y lo corrupto, lo justo y lo ventajoso. La pregunta no es solo qué harás en esos momentos, sino qué no harás: ¿Serás indiferente? ¿Permitirás que la comodidad dicte tus principios?
Actuar con justicia no significa resolver todas las contradicciones del mundo, pero sí enfrentar cada decisión como si de nosotros dependiera el destino de algo mayor. Un padre que enseña a su hijo a devolver algo que no le pertenece, un jefe que asume la culpa de un error de su equipo, un ciudadano que se levanta contra leyes que perpetúan la desigualdad. Estas acciones no hacen ruido, pero construyen un ecosistema donde la justicia puede florecer, aunque sea en pequeñas parcelas de este mundo vasto e incierto.
El problema no es que falten principios, es que no actuamos con ellos. Depende de ti, de mí, de lo que hagamos ahora, aquí, en este preciso instante. La justicia no es un nombre, es un verbo para conjugar y el libro deja claro cómo hacerlo.