El segundo aeropuerto de Bogotá
miércoles, 17 de septiembre de 2025
Louis Kleyn
A nivel mundial, durante el siglo XXI, el transporte aéreo ha adquirido nuevos niveles de masificación. A la increíble eficiencia de los aviones para transportar personas y mercancías en distancias largas y muy largas, se ha sumado la constante disminución en el costo real de los pasajes y el inexorable incremento del poder adquisitivo de las llamadas clases medias y clases populares. El tráfico aéreo seguirá entonces aumentando exponencialmente en el futuro inmediato y, por lo tanto, la infraestructura física y organizativa debe estar a la altura. Puesto sencillamente, entre más aeropuertos, más pilotos, y más controladores aéreos, mejor.
Colombia, con su difícil geografía, será crecientemente aerodependiente, mucho más que otras regiones del mundo. Vuelos de menos de 40 minutos en Europa, por ejemplo, entre París y Marsella o Hamburgo y Munich, y similares, pueden ser reemplazados por viajes de unas pocas horas en trenes de alta velocidad. Eso no pasará por los siguientes 50 años entre Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga o Pereira, por ejemplo. Con lo cual, la inversión que debemos hacer en el desarrollo aeronáutico es de trascendental importancia.
Las grandes capitales del mundo tienen más de un aeropuerto. Londres con sus seis es envidiable (Heathrow, Gatwick, Luton, City, Stansted, Southend). La existencia de varios aeropuertos genera flexibilidad, versatilidad, competencia y seguridad. De hecho, Bogotá, en los años cincuenta tenía, en adición a Techo, un segundo, llamado el de “Lansa”, por la aerolínea que lo poseía, ubicado donde actualmente queda el barrio “Santa Cecilia”, alrededor de la Avenida Boyacá con calle 63. Se construyó en menos de un año, entre 1948 y 1949.
Existe ya un proyecto para la construcción de un aeropuerto en Tocancipá, que tendría muchas ventajas. Comenzaría con un enorme mercado natural, pues estaría más cercano que El Dorado para todos los bogotanos que vivan al norte de la calle 157, en la Sabana norte, Zipaquirá, y en los valles de La Calera, Sopó y Ubaté. Atendería también a Boyacá e incluso a regiones de Santander. Potenciaría a Tocancipá como una zona industrial preeminente y podría atender carga para las zonas francas allí ubicadas y servir para la exportación de los innumerables cultivos de flores que se extienden hasta Chocontá, Cogua y Ubaté. Este aeropuerto, ya en su primera fase, descongestionaría al actual de parte de la aviación regional y de la aviación privada, que tendría así vía libre para su desarrollo. En una fase posterior, podría tener una segunda pista paralela, complementando a El Dorado y mejorando radicalmente la relación de Bogotá con el mundo.
Su viabilidad financiera es evidente. Con una inversión inicial de entre $600.000 y $900.000 millones, cobrando las mismas tarifas que El Dorado por pasajero y derechos de pista, atendería a por lo menos entre 5 y 8 millones de pasajeros al año, generando un flujo de caja libre anual de entre $100.000 y $200.000 millones. Queda en manos de la Aerocivil promover estas aspiraciones.