En el contexto político actual, en mi opinión, para la mayoría de los ciudadanos hay consenso sobre algunos temas estructurales. No queremos discutir si la salud, la educación o la protesta son derechos fundamentales. Tampoco sobre los derechos de propiedad ni sobre la pérdida de institucionalidad, por ejemplo, macroeconómica. Estos temas no son menores y son suficientes para oponerse políticamente a quienes los proponen.
Adicionalmente, los ciudadanos esperamos que las discusiones políticas no sean condescendientes. Las formas de transmitir las ideas importan y todos podemos tener discusiones adultas sobre los temas que determinarán el futuro del país. El debate de los líderes políticos no debería basarse en simplificaciones absurdas, por ejemplo, usando personajes de programas animados. Tampoco, los ciudadanos podemos caer en las estrategias mediáticas de algunos sectores que han resultado en las elecciones de liderazgos inexpertos y populistas. Frente a estas posturas debemos evitar difundirlas y comentarlas porque ese es su propósito.
Esta mayoría de ciudadanos a la que hago referencia quiere cambios. Cambios que tengan un propósito final y de largo plazo para Colombia. Especialmente los jóvenes tenemos derecho en este momento de nuestra vida a pensar que las cosas se pueden hacer diferente y que es posible tener un gobierno con ideales y principios que nos represente. En mi opinión, como he mencionado en columnas anteriores, dos temas fundamentales para el largo plazo del país son la política de drogas y la crisis educativa causada por la pandemia. No es el propósito de esta columna, pero retomando lo expuesto en otras ocasiones, considero que el cambio de enfoque de la política de drogas evitará el tercer ciclo de violencia en Colombia y que la recuperación del aprendizaje de los estudiantes será la herramienta más importante para evitar que la desigualdad se amplíe en las próximas décadas. En estos temas considero que, así como en los expuestos al inicio de esta columna, hay consensos y hay alternativas políticas que los representan.
El propósito de esta columna es hacer un llamado a quienes representan esta alternativa. La realidad actual es que hay una mecánica política que debe resolverse y que es fundamental para lograr los cambios programáticos discutidos. La mayoría de los colombianos, según cifras recientes, se acercan a estas propuestas transformadoras. Ahora, es responsabilidad de los líderes organizarse para que las ideas que defienden sean las que orienten el futuro de Colombia. No sería responsable que la vanidad, el ego, la falta de voluntad para acercarse o la superioridad moral impidan que estos cambios tengan futuro.
Los líderes actuales que representan estas ideas deben unir, deben tener conversaciones de adultos entre ellos y con la ciudadanía para llegar a acuerdos sobre la mecánica que les permitirá liderar el país. Las decisiones no pueden ser utópicas, tampoco enmarcadas en aspiraciones inalcanzables. Las decisiones de los líderes deben encaminarse a una forma de ganar las elecciones. En mi opinión, ganar las elecciones, en un contexto de baja credibilidad en las instituciones, es más probable con una persona ajena a los procesos electorales. Esta estrategia ha sido usada por todos los sectores por la crisis institucional que atravesamos como se ha evidenciado en Estados Unidos, Brasil, Perú, entre otros.
Así, una persona alejada a las dinámicas electorales, que represente estas ideas de cambio, puede ser la opción para alcanzar la Presidencia el próximo año. Este debe ser un esfuerzo de todos aquellos que creemos en estas ideas y que de diferentes maneras podemos contribuir a lograrlo.