La discusión en el centro político en esta elección ha sido sobre la forma de hacer política. En otros sectores, como el Pacto Histórico, se asumió que el clientelismo era indispensable para ganar la elección, independientemente de las coincidencias ideológicas. Tanto así que, un eventual gobierno del Pacto representaría el fin del legado de Cesar Gaviria.
Se ha argumentado que es pragmatismo y realismo para poder gobernar porque no es posible llegar a la Presidencia sin alianzas con clanes políticos ni clientelas. Pueden tener razón. En Colombia, lo más cerca que hemos estado de un cambio de esa naturaleza fue en el 2010 con la Ola Verde que perdió las elecciones. En esta columna discuto que esta posición no es pragmática y es contradictoria con la transformación del país.
Si el voto es libre y responde a las propuestas, no es posible cumplirle a los electores por las restricciones que imponen estas alianzas. Entonces, ¿para qué el poder si no se va a cumplir con las ideas que se proponen? Frente a estas dudas, algunos responden que al llegar al poder pueden gobernar sin depender de quienes los apoyaron. Tanto se ha criticado el mesianismo en esta campaña que, ¿qué más mesiánico que decir que se va a tener la habilidad y el poder suficiente para manipular a los sectores que han controlado el ajedrez político durante décadas? Este tipo de posturas, a lo menos, las considero irresponsables y mentirosas con los ciudadanos.
Además, ha habido cierta racionalización y normalización de prácticas irregulares. Todos, sin excepción, sufrimos de disonancia cognitiva permanente. Sin embargo, hay un gradiente en la disonancia. Hay sectores, especialmente en los extremos, en los que la expectativa por la coherencia es escasa.
Sin embargo, de sectores que han sido implacables con prácticas irregulares se espera coherencia en situaciones como el apoyo de personas vinculadas al narcotráfico, por ejemplo, en la campaña de Samper, o el uso de información de programas sociales para hacer proselitismo. Las críticas a estas acciones deben contundentes y no deben depender de la afinidad política con los candidatos. Estas prácticas afectan la democracia e impiden que, incluso si son elegidos, se logren transformaciones para Colombia. Entonces, nuevamente, ¿para qué el poder?
Me ha sorprendido la defensa de estos comportamientos por parte de los jóvenes. Los jóvenes, en esta etapa de la vida, debemos ser soñadores, no resignarnos al pragmatismo y anhelar cambios estructurales. Es posible que la forma de hacer política esté tan corroída que la aspiración por un funcionamiento transparente la perdamos desde jóvenes. Con más razón, no debemos normalizar estas acciones.
No se trata de juzgar a todos los políticos de corruptos, ni a aquellos que han hecho política por varias décadas, ni a todos los miembros de un partido. Lo juzgable, en mi opinión, son las acciones individuales. Gabriel Santos, por ejemplo, dijo que su compromiso al entrar a participar en política era volver a su casa y poder mirar a los ojos a su hija, tranquilo de haber elegido la política de los principios.
Políticos así, que se han opuesto a las clientelas, que se han aparatado de partidos y coaliciones, asumiendo los costos electorales, son a quienes debemos apoyar para salir de este ciclo vicioso que valora más el poder que la transparencia. Ese debe ser el fin de la política y en mi opinión, es fundamental que en estas elecciones acompañemos a quienes, durante su trayectoria política, han protegido su dignidad y la han sobrepuesto a la victoria electoral. De lo contrario, las transformaciones e ideas se quedarán en simples aspiraciones.