Analistas

De la democracia a la tiranía en La República de Platón

Luis Antonio Orozco

Aristocles fundó las bases del pensamiento occidental a través de una presentación de temas vitales para la sociedad como la justicia, la política, la educación, la naturaleza del conocimiento y el alma humana. En su obra La República, parte de una pregunta fundamental: ¿qué es la justicia? Así Platón, como fue apodado de joven, construye su visión de la polis, una ciudad-estado ideal gobernada por una aristocracia que significa exactamente “gobierno de los mejores”, integrada por filósofos que asumen los cargos por meritocracia. Son personas sabias que obran según la razón y la virtud, ya que conocen el Bien y la moral universal socrática.

En el libro VIII de La República, Platón se ocupa de la degeneración de la ciudad ideal y, con ella, el deterioro paralelo del alma humana. Después de haber descrito en los libros anteriores la polis justa, Platón, usando la voz de Sócrates, analiza cómo esta ciudad puede corromperse, dando lugar a cuatro formas de gobierno injusto. Para efectos de entender lo que pasa con el gobierno del cambio, apuntalado ahora en el pastor Saade, quien agita masas pidiendo cerrar el congreso, hacer una constituyente y reelegir a Petro para que gobierne los próximos 20 años, nos vamos a centrar en la degradación de la democracia a la tiranía.

Platón establece que en la democracia se venera la libertad y la igualdad. Cuando esa democracia no es guiada por la sabiduría y la razón, se favorece la búsqueda desenfrenada de libertinaje que alimenta no solo “un deseo insaciable de enriquecerse”, sino de igualar jerarquías y posiciones de autoridad: padre con hijo, maestro con discípulo, joven con viejo, magistrado con ciudadano. Con la idea de que todos tengan una participación equitativa en el gobierno de la polis, se reparten los cargos de poder, incluso por azar, sin valorar las aptitudes y capacidades, sin detenerse en justipreciar quién está más capacitado por su experiencia y conocimiento. De una democracia mal conducida, que busca igualarlo todo y permitir que cada uno haga lo que quiera, se llega a la anarquía. Es entonces cuando líderes demagogos apelan a las emociones y las pasiones del pueblo para prometer satisfacerlas.

Platón indica que hay personas que no producen ni contribuyen al bien común, pero que viven del trabajo de otros, a los que llama zánganos. Los hay de dos tipos: zánganos sin aguijón que son mendigos, ociosos, dependientes pasivos del trabajo ajeno; y zánganos con aguijón como delincuentes, violentos y alborotadores. Pues bien, nos dice Platón que hay zánganos con aguijón peligrosos, que agitan a las masas de pobres para su beneficio. Platón indica que el zángano agitador, que se erige como el protector del pueblo, hace “pomposas promesas en público … librando a todos de sus deudas, repartiendo las tierras entre el pueblo”, para forjarlo sumiso a su voluntad. Cuando esto sucede, enfrenta a sus opositores, “empapa sus manos en la sangre de sus conciudadanos” y con acusaciones calumniosas los lleva ante los tribunales. “De esta estirpe de protectores del pueblo es de la que nace el tirano”, convenciendo a todos los pobres de que todos los ricos son oligarcas y haciendo “que desaparezcan todos los hombres de algún mérito”. Luego inventa enemigos y busca la guerra constantemente para que el pueblo sienta la necesidad de tener un jefe, “y, sobre todo, para que los ciudadanos, empobrecidos por los impuestos que exige la guerra, sólo piensen en sus diarias necesidades, y no se hallen en estado de conspirar contra él”. Para protegerse, hará alianzas con delincuentes y “se rodeará de un séquito de aduladores, criminales, asesinos y gentes corruptas, a quienes armará para protegerse de los ciudadanos libres”. Luego endurecerá su posición y va a esclavizar a los demás para poder mantener su estilo de vida lujoso y extravagante, y con ello imponer la tiranía, un gobierno arbitrario fundado en la supresión de la libertad y el uso del miedo para controlar a la población. Afirma Platón que “es natural que la tiranía tenga su origen en el gobierno popular; es decir, que a la libertad más completa y más ilimitada suceda el despotismo más absoluto y más intolerable”, y que, por tanto, “es la mayor enfermedad que puede padecer un Estado”.

La exposición atemporal de Platón, como la de Maquiavelo en una columna anterior, nos explica las tendencias tiránicas y deseos sin ley ni pudor que se pueden leer en Gustavo Petro y su gobierno del cambio. Debemos enfrentar con la Constitución y la fortaleza de nuestras instituciones estas manifestaciones para evitar el paso de la democracia a la tiranía.

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