Legado imborrable
Un hombre, un gran hombre, dejó una huella indeleble en su entorno por medio de sus valores: honestidad, disciplina, orden, constancia, responsabilidad y transparencia. Aunque estas cualidades eran las más visibles, quienes lo rodearon coinciden en que su riqueza interior iba mucho más allá. Era un hombre de virtudes inagotables.
Cada persona que compartió su camino con él aprendió lecciones que, al ser aplicadas tanto en la vida personal como en el ámbito directivo y empresarial, se convirtieron en cimientos que fueron la base para construir una verdadera prosperidad, aquella que no se mide en bienes materiales, sino en la capacidad de superación y crecimiento personal.
El primer aprendizaje fue la humildad de reconocer los errores y pedir perdón en el momento oportuno. Esta simple, pero poderosa acción, tiene la capacidad de allanar los terrenos más difíciles, permitiendo que las relaciones se reconstruyan sobre bases firmes de confianza y transparencia. Al admitir una falta, se abre la puerta al crecimiento mutuo. Ofrecer una disculpa es un acto de generosidad que le otorga al otro la libertad de perdonar o no, pero siempre con la oportunidad de elevarse en humanidad si decide acoger el perdón.
El segundo pilar es la franqueza, una virtud que en tiempos de relativismo moral y falta de coherencia se vuelve aún más valiosa. Ser franco es ser auténtico, una alineación completa entre pensamiento, palabra y acción. La franqueza es una muestra inconfundible de integridad, y con ella se regala uno de los bienes más preciados: la confianza. Una confianza que permite a otros construir sobre una verdad compartida. La Real Academia Española asocia la franqueza con la libertad, y es precisamente la libertad la fuente más rica de la dignidad humana.
El tercer pilar es la justicia, entendida no solo como un ideal, sino como una práctica diaria y concreta. La justicia exige decisiones éticas, sobre todo en los escenarios más complejos, donde lo fácil no es sinónimo de lo correcto. Promover la justicia es el primer paso para construir un tejido social (también empresarial) sólido. Implica buscar el máximo bien, empezando por los más cercanos: nuestros seres queridos, nuestros colaboradores, nuestra comunidad. La transformación de la sociedad se forja en la justicia aplicada desde lo más próximo.
El cuarto y último pilar es el trabajo incansable, una fuente inagotable de vitalidad frente a los desafíos y las adversidades. Pero más allá de la productividad, el trabajo también es un acto de generosidad. El verdadero liderazgo es, ante todo, un servicio, porque solo quien sirve con pasión puede inspirar y transformar. El servicio, cuando se convierte en hábito, da propósito al esfuerzo diario, elevándolo a un nivel trascendente, capaz de impactar vidas y cambiar entornos.
Este legado pertenece a Luis Fernando Jaramillo, exdirector general de Inalde Business School, un hombre que inspiró a quienes lo rodearon y que dejó una herencia de valores que trascienden generaciones.
Cuando su hijo mayor, Pedro Miguel, le rindió un sentido homenaje, no solo recordó estas enseñanzas, sino que celebró la alegría de haber compartido su camino. Luis Fernando trabajó incansablemente por construir una sociedad más justa, íntegra y solidaria, donde el ejemplo y la coherencia personal sean los pilares del verdadero progreso.