No me empujen que yo me caigo solo, decía el borracho. Y hoy, el que está borracho y sin control es el país y los que empujan somos la mayoría. No hemos caído del todo, pero pa'llá vamos.
Mientras el enemigo común, el tal coronavirus, hace estragos a lo largo y ancho del mundo, Colombia se atrinchera desde los mismos lugares para mantener una guerra, no sólo la militar, sino todas las demás. No logro encontrar por ninguna parte una voz que aliente la esperanza o, por lo menos, que nos quite esta sensación, cada vez más real, de que vamos hacia el abismo como país. Y lo peor, cada vez más son los que empujan buscando ese objetivo.
No. ¡Basta ya! Es hora de la grandeza. De anteponer todos estos odios, de polarizaciones, de corruptelas, de estigmatizaciones, de componendas, de violencias y de exclusiones. Hay que decretar un cese del fuego entre todos y construir un solo bloque, no de unanimismos, sino de solidaridad colectiva para evitar el despeñadero.
Paremos por el tiempo que sea necesario esta vorágine de insensateces, de ataques, de broncas, de estupideces, de mezquindades, de politiquerías. Hagamos una tregua y convirtamos a nuestros mejores hombres en un verdadero ejército de empatía, solidaridad, respeto y consenso, sin dejar de pensar diferente y con independencia.
Será que en estos momentos es más importante inundar las redes sociales de basura y de bocanadas de fuego que unirnos en la atención de una pandemia que ahora entró a su tercer pico sin que siquiera hubiéramos resuelto el primero. No. Basta ya.
Busco a esos líderes que sé que existen por todas partes para que tomen partido, no posición política, en la defensa de lo más sagrado: la vida. Concentremos nuestras mejores energías en atender esta pandemia sin cálculos políticos y menos económicos. No patrocinemos al borracho, pero tampoco lo empujemos.
Colombia necesita en la actual coyuntura, y siempre, unos referentes éticos, cívicos, empresariales, gremiales, religiosos y comunitarios, que nos ayuden a cambiar las formas y el fondo de lo que realmente queremos como Nación.
Es el momento de la grandeza, pero, sobre todo, de la humildad, que es distinto al sometimiento. La pandemia del odio y la polarización es más devastadora que la del COVID-19 y llegó el momento de convertir esta crisis sanitaria y social en un punto de inflexión hacia la construcción de un país decente y deliberativo.
No resulta sensato, ni más prioritario por supuesto, que sigamos enfrascados en todas las formas de lucha para atacar y someter a los demás, y que mientras las Unidades de Cuidados Intensivos están al tope y los pacientes se mueren en los pasillos esperando una remisión hacia otra parte, algunos con poder de convocatoria siguen empeñados en criticar todo y destruirlo todo.
Estamos quizás en el momento más crítico de la historia, pero seguimos atrincherados en vez de caminar juntos hacia objetivos comunes. No será mejor para Medellín, por ejemplo, convocar a todas sus fuerzas vivas y mejores hombres para superar la crisis hospitalaria, que ya se expandió a la misma velocidad del virus, en vez de concentrarnos en la discusión sobre si el nuevo gerente de EPM estudió o no en Harvard, o si el soterrado de Parques del Río se inundó por culpa de un Gobernador.
No. ¡Basta ya! Por lo menos por un momento. Ayudemos a que el borracho se mejore un poco y pueda llegar sano y salvo a su casa, en vez de querer empujarlo en masa con el fin de que se vaya al abismo. No olvidemos que ese borracho puedo ser yo, usted, o peor, el país entero.