Nació en Cali, Colombia, pero ya es una mujer universal. No por lo que ha hecho, sino precisamente, por lo que no ha hecho. Diana Trujillo no ha necesitado palancas ni intrigas para abrirse camino en un mundo dominado por los hombres ni mucho menos ha entregado sus sueños en manos de terceros, sino que ha encontrado en los demás las escalas necesarias para subir al cielo. O mejor, para llegar a Marte.
En otras palabras, Diana nos ha hecho aterrizar, pues del hecho histórico que significa el amartizaje del robot Perseverance sobre la superficie del planeta rojo se encargarán de hablar los expertos por muchos meses más. Por ahora es necesario detenernos en los mensajes que llegan, no desde Marte, sino desde el corazón de una mujer que para nada es una extraterrestre, aunque al escucharla con atención no parezca de este planeta. Y mucho menos, de Colombia.
Su belleza física refresca, pero sus palabras reconfortan. Tiene la sencillez de la sabiduría y la grandeza de la humildad, sobre todo para sentirse una persona común y corriente en medio de tantos que la elevamos, con sobrados méritos, a lo más alto del Cosmos. Diana Trujillo habla el lenguaje de lo humano y como tal nos hace sentir mortales, tal vez de lo más valioso en estos tiempos de superhéroes y villanos.
Como en un ejercicio matemático, Diana suma elogios, resta protagonismos personales, multiplica su conocimiento y no divide. Tiene clara la ecuación para avanzar en lo que hace: perseverancia e integridad. La primera, pues queda claro que no necesitaba hablar inglés como nativa para entender la ciencia y menos que hacer ciencia estuviera demarcado para los hombres. Y la segunda, recordando las palabras de su jefe en JPL de la NASA, que si estaba segura de haber hecho las cosas con integridad, el resto era esperar el éxito.
Y Rover Perseverance reposa sobre la superficie de Marte como prueba de ello.
Una y otra, perseverancia e integridad, son dos razones suficientes para entender el porqué Diana ha llegado, por ahora, a Marte con vuelo propio, y cómo es posible soñar con los pies en la tierra sin necesidad de pasar por encima de nadie y, menos, sobre los hombros de los privilegios, las intrigas y las palancas, con un mérito adicional: en tierras extrañas, pero no desconocidas cuando es el corazón la brújula del recorrido.
Estamos frente a un hecho científico de enormes proporciones, pero, sobre todo, frente a una mujer para los nuevos tiempos. Los de la ciencia y la tecnología puestas al servicio de la humanidad y no la humanidad al servicio de la ciencia y la tecnología, aunque en el caso de Diana Trujillo esos límites se desvanecen, porque ella hace posible que cerebro y corazón estén conectados al mismo objetivo: la vida, en todas sus formas y manifestaciones.
Hoy, en momentos en que la humanidad enfrenta el mayor desafío de su existencia por motivos ocasionados por nosotros mismos, la voz de Diana es una vacuna de esperanza entre tanta incertidumbre y mezquindad. Tanta, que no es casualidad que estemos buscando rastros de vida en otros planetas, pues en estos lares la situación es tan compleja y dramática que algunos, con no poca acidez y sorna, han comenzado a decir que los marcianos no quieren nuestra presencia en sus territorios.
Tal vez les haría falta conocer a Diana Trujillo, una mujer que parece no ser de este mundo y, con toda seguridad, tampoco es una extraterrestre. Simplemente, humana, un atributo tan raro en estos tiempos de pandemia como los marcianos.