América Latina frente a Ucrania
Es imposible encontrar una perspectiva homogénea en América Latina en relación con la postura de sus gobiernos frente la guerra en Ucrania. En ese conflicto, en el que podría decirse se recrea la escena bíblica de David contra Goliat (sin certeza frente a que la resistencia ucraniana vaya a llevar a que Rusia salga acabada en su prestigio internacional), cada gobierno de la región ha expuesto sus cartas y dejado en evidencia cuánto les interesan los derechos humanos, la solidaridad internacional y los compromisos pactados en el seno de la ONU.
Algunas posturas han sido categóricas frente al rechazo de lo que Putin ha querido ejecutar en el otrora territorio de la Unión Soviética. Los casos de Chile, Colombia, Ecuador, Uruguay, Costa Rica, El Salvador y Guatemala han sido muestra de ello. Perú, Panamá y Honduras, sin ser gobiernos contundentes en sus declaraciones, se han mostrado mucho más en favor de las instituciones y la estabilidad, que de las acciones rusas.
Contrario a lo expuesto por el anterior grupo de países, la añeja cercanía entre Moscú y La Habana se mantiene ilesa. Y a ella se ha sumado el esperado respaldo de Nicolás Maduro a las acciones del déspota ruso en Europa oriental, a pesar de la fina coquetería adelantada por Washington a principios del mes anterior, con los acercamientos que sorprendieron hasta al más desprevenido. Entretanto, el gobierno de Ortega (Nicaragua) se alinea a este grupo de países, mientras otros de gran relevancia, se muestran tan tímidos que hoy pudieran ser ubicados de ese lado.
Brasil, por ejemplo, ha expresado una postura particular de “equilibrio” que, en términos de Jair Bolsonaro obedece a la necesidad que tiene su administración de mostrarse en posición de “cautela” y “neutralidad” frente al sometimiento que Vladímir Putin ha querido adelantar en territorio ucraniano. Fue su ministro de exteriores quien matizó el asunto hablando de alcanzar equilibrio, imparcialidad y procurar el diálogo y la reconciliación entre los actores involucrados. Sin embargo, han sido muchos los cuestionamientos a esta posición de uno de los actores más relevantes de la política latinoamericana. Puede indicarse que ha habido un desconcierto generalizado al notar que desde el Palacio de Planalto pareciera no importar mucho lo que viene sucediendo con el pueblo ucraniano. De la misma manera, en la Casa Rosada no es que se haya presentado algo tan lejano a la postura expuesta por Bolsonaro en el gigante suramericano. El gobierno argentino se alejó notablemente del bloque de naciones (gobiernos) occidentales que ha querido poner freno a la situación a partir de la aplicación de diversas sanciones contra el Kremlin. El aparato diplomático argentino se apuró, eso sí, a evacuar a todo su personal de Kiev a la mayor brevedad posible, lo que le ha permitido desentenderse de la situación y dejar a los ucranianos con su problema, mientras pareciera tener una mirada complaciente con las acciones bárbaras de Putin.
México no se ha quedado atrás en esta línea de no comprometerse a ir contra la Rusia intervencionista. El presidente López Obrador ha sido lo suficientemente tímido para enfrentar el hecho y han podido más los intereses de un intercambio económico y comercial que el valor que debe otorgársele a la vida de los ucranianos que día a día siguen estando sometidos por Moscú.
Así, el hecho que Argentina, México y Brasil aparezcan más del lado ruso, lo que es un favorecimiento a la violación de los acuerdos tácitos pactados por todos los miembros de los diversos sistemas internacionales circunscritos en la Organización de las Naciones Unidas, plantea nuevamente las mismas preguntas sobre una América Latina fortalecida por principios y apuestas comunes. En esencia, no hay tal, se sigue observando que los intereses particulares son más fuertes que los deseos de protagonizar un papel importante en el mundo como bloque regional.