El cambio es innegable
La semana anterior, al tiempo que el Departamento de Estado estadounidense emitía la declaración oficial en la que se excluía -por obvias razones- a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), del listado de organizaciones terroristas foráneas en su territorio y de organizaciones del mismo tipo en el mundo, este columnista caminaba por el barrio La Candelaria y sus alrededores, y pensaba en cuánto ha cambiado Colombia en los últimos años. Ahora, aunque muchos no lo acepten, y otros lo quieran ocultar, el cambio es drástico e innegable.
El pasado martes, Antony J. Blinken expuso la posición del gobierno estadounidense sobre un grupo armado que dejó de serlo desde el 24 de noviembre de 2016, con la firma del denominado “Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera”. Al menos en el papel, ese fue el punto de partida de su desaparición como Farc. Y ello llevó a que se diera inicio también a un nuevo tiempo para el país, ni mejor ni peor, pero distinto y, al menos también, sin Farc en sentido estricto. De ahí que, mientras quien escribe caminaba por la calle décima, entre carreras quinta y sexta, y mirando con atención las puertas diametralmente opuestas del Teatro Colón y del Ministerio de Relaciones Exteriores, se planteaba una reflexión sobre los cambios que se han presentado en Colombia.
El recorrido continuó, y mientras se avanzaba hacia el occidente, vinieron a la mente los episodios más críticos de muertes de insurrectos, soldados y civiles en los múltiples enfrentamientos ocurridos en todos los rincones del país. Las tomas guerrilleras, las pescas milagrosas e innumerables secuestros que protagonizó el grupo insurgente que degeneró en narcotraficante y reclutador de infantes y adolescentes. Así, hasta llegar a la casa que alguna vez habitaría Manuelita Sáenz y al edificio del Congreso, donde también los recuerdos obligaron a reflexionar sobre esas dramáticas situaciones padecidas por varias generaciones, pero que hoy se van esfumando, abriendo paso a nuevas y diversas oportunidades.
Los pasos avanzaron hasta la esquina de la carrera séptima con décima. En el centro de la Plaza de Bolívar se observa al busto del libertador, maltratado, sucio, con señales de la rabia social que envuelve al país y cubierto con una manta blanca para evitar que lo esparzan con aerosoles de todos los tonos; pero aún así, está vuelto un desastre. Y entonces, se cruzan por la mente otros pensamientos sobre un país sin Farc, pero con insatisfacciones, rebeldía, enojo político y desazón frente a quienes administran el poder. A pesar de ello, esos tintes de violencia que impactan al visitante de ese entorno, son muy distantes de los que el país conflictivo, de violencia extrema generada por las Farc padeció. Hay un nuevo aire en la Colombia de hoy.
Al mirar el Palacio de Justicia resulta inevitable recordar la “horrible noche” del 6 de noviembre de 1985. ¡Qué país difícil era Colombia! Hoy el edificio reconstruido, cubierto con unas telas negras para evitar su vandalización, no se escapó de los aerosoles de las últimas marchas. Pues, finalmente, el país sigue siendo violento, pero es una violencia diferente, se trata de otro tipo de comportamientos que obligan a pensar que, a pesar de las posiciones divergentes, muchas cosas han cambiado y debe tomarse ventaja de estas nuevas circunstancias.
A partir del pronunciamiento del Departamento de Estado, en el que se mantiene la declaratoria de terroristas para las disidencias de la otrora guerrilla (con nombres específicos) y la Segunda Marquetalia, y repasando sitios insignes de la historia del país, lo cierto es que esta Colombia de 2021 es diferente. Es verdad que conserva violencias, inequidades, segregación, injusticias y corrupción; pero realmente se siente menos negativa que la nación en la que hubo Farc y, literalmente, un estado de guerra.