Analistas 26/09/2023

Insalubridad global

Luis Fernando Vargas-Alzate
Profesor titular de la Universidad Eafit

Preocupa, y mucho, notar que a pesar de los esfuerzos importantes para mejorar los estándares de vida al interior de las sociedades, aún se evidencian grandes distancias entre áreas urbanas, suburbanas y rurales; además de las brechas ostensibles entre las regiones en las que la definición de dichos estándares permite hablar de desarrollo y las que continúan padeciendo el retraso, la inequidad, el maltrato y, en general, todo lo relativo con la escasez.

A pesar de haber estructurado desde 2015 una agenda para el mejoramiento de los índices urbanísticos y de sanidad alrededor del mundo, la realidad enseña que todavía hoy existen cientos de millones de personas con escasez o ausencia total de agua potable en sus entornos. No fue, por tanto, suficiente la definición de una hoja de ruta amparada en el concepto y la práctica de la sostenibilidad para obtener los resultados esperados.

Para 2020, por ejemplo, se trazó la meta de restablecer los ecosistemas afectados por la explotación indiscriminada (legal e ilegal) de los recursos naturales protectores y proveedores de agua. Sin embargo, esos bosques, humedales, páramos, montañas, ríos y lagos siguen degradados y, algunos de ellos, en peores condiciones que hace ocho años, cuando empezó a ejecutarse la Agenda 2030.

Los más recientes reportes de la Organización de las Naciones Unidas sobre los avances respecto a la eficiencia en el uso del agua muestran un progreso del nueve por ciento. Sin embargo, el estrés hídrico (mayor extracción/explotación del agua dulce en relación con su disponibilidad), convertido en una constante ya para 17 países, ha hecho que la meta del “acceso universal y equitativo al agua potable, a un precio asequible para todas las personas”, esté lejos de alcanzarse.

Un informe que da cuenta de lo alcanzado en materia de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), y que fue publicado en julio pasado, muestra sin embargo una particular contradicción en la tendencia que se traía hasta 2021. De acuerdo con dicho reporte, el acceso al agua potable, a unos servicios de saneamiento gestionados de manera segura y a condiciones de higiene colectiva, registran un aumento en materia de cobertura y calidad para las áreas rurales en general.

El problema con este indicador es que se revertió en las áreas urbanas. Se pudo constatar que entre 2015 y 2022, la población urbana sin acceso a agua potable aumentó en cien millones de personas, mientras que la carencia de un sistema de saneamiento gestionado de manera segura continuó afectando alrededor de 1.600 millones de personas en el mundo. Así, el componente migratorio de personas que continúan abandonando el campo para irse a alimentar los cinturones de miseria de las grandes ciudades, llevó a que los centros urbanos sintieran los efectos y se desmejorara la calidad de vida de muchos de sus habitantes.

Con esta radiografía de lo que viene sucediendo en relación con la escasez de agua potable y evidenciando unas condiciones inadecuadas en materia de saneamiento para 20% de la población mundial, resulta indiscutible que se está reforzando la insalubridad global. Esto, a la larga, debe ser entendido como un estremecedor caldo de cultivo para nuevas enfermedades de magnitud similar a la impactante neumonía que recientemente arruinó muchos planes en torno al desarrollo.

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