Analistas 17/09/2019

¿Militarismo estratégico?

Luis Fernando Vargas-Alzate
Profesor titular de la Universidad Eafit

Los movimientos y “jugadas estratégicas” militares, políticas y hasta diplomáticas que se han presentado en días recientes, desde Venezuela y hacia el mismo país, han puesto a muchos a intentar comprender qué hay detrás de todo ese ejercicio y cómo podría desenlazarse; si bien Guaidó permanece sin lograr su objetivo de desplazar el status quo doméstico en el país vecino, a pesar de haber recibido apoyo y reconocimiento internacional.

Desde Venezuela El Dictador hace sus movimientos, quizá planeados, tal vez con algo de improvisación. No obstante, trayendo a colación las ideas expuestas por Robert J. Art (2005) en un texto aún vigente sobre las cuatro funciones de la fuerza, se ofrece una aproximación al tema, desconfiando que las fuerzas militares bolivarianas estén actuando claramente bajo alguna de las lógicas propuestas por el autor en mención.

Art (2005) formula, en perspectiva defensiva, que las fuerzas militares de una nación deben contemplar variadas funciones si es que aspiran alcanzar los resultados deseados. Aunque su análisis posee algunas generalizaciones, se debe considerar que cada situación presenta singularidades que reducen la factibilidad de cumplir plenamente con lo propuesto. Según sus argumentos, los Estados se hallan inmersos en la categorización de cuatro usos de la fuerza: la defensa, la disuasión, la persuasión coercitiva y la magnificencia. Entiéndanse o no, como planeados y estratégicos, los movimientos que Venezuela viene realizando se ajustan, en parte, a esa descripción.

Por años, desde Caracas se ha transmitido el temor que se tiene ante la posibilidad de una alianza militar real entre Washington y Bogotá (recelo que incluso se alberga en Colombia, a causa de las indeseables consecuencias que pudieran surgir de esa realidad). Como respuesta, el Estado venezolano se esforzó en los primeros años de la “Revolución Bolivariana” en profundizar la modernización y perfeccionamiento de su aparato militar, contemplando la defensa de sus fronteras e integridad territorial (no gratuitamente existió el Consejo Suramericano de Defensa, mientras Unasur funcionó). El uso defensivo de la fuerza se resume en la capacidad de despliegue militar con la posibilidad de, primero, evitar un potencial ataque o, segundo, minimizar el daño que se pueda presentar si éste sucede.

Así mismo, al realizar los ejercicios que ya se han visto en territorio venezolano, El Dictador podría estar muy interesado en ejercer la disuasión. Tal función le ha de resultar útil para evitar que desde afuera cualquier adversario (el más potencial de todos: Colombia) actúe en su contra, considerando que, si lo hace, pues se tendrían que asumir consecuencias de alto impacto. La disuasión no conlleva amenazas explícitas, sino relativas advertencias que a la larga fuerzan a los actores externos a contenerse de ocasionales agresiones.

En relación con el uso de la fuerza desde la persuasión coercitiva, debe anotarse que éste le puede resultar útil a Venezuela para simplemente forzar la detención de un eventual plan ya emprendido desde afuera por algún actor internacional (si es que existiera ya, como señala Maduro todo el tiempo, un plan para atacarlo), o para eliminar las opciones de que éste se emprenda. Así, dicha estrategia se puede fusionar con la cuarta función que Art (2005) atribuye al poder militar. De acuerdo con su trabajo, podría estar pasando que a Maduro lo que más le interesa es comunicarle a América Latina y el mundo lo que tiene, en términos de grandeza o esplendor militar.

Quizá, de acuerdo con esto último, está interesado en pavonearse por la frontera con Colombia, para así desestimar posibilidades de ataques externos. De cualquier manera, y bajo este escenario de los cuatro usos de la fuerza descrito por Art, está lejos de pensar a Venezuela atacando a Colombia o a cualquier otro país de la región. Por lo menos, partiendo de un contexto de cordura.

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