Cuando la economía se mezcla con la ideología: la cosa no funciona
Entendamos el problema de los filósofos al comando de las economías. ¿Qué le pasa a un bus cuando el conductor está borracho o no sabe manejar? La respuesta es simple, se va por el voladero.
Estamos en la era del conocimiento, hoy podemos medir, calcular y proyectar de manera estadísticamente confiable los resultados económicos de nuestras acciones.
La economía es el agregado simple de sumas y restas en favor de un resultado positivo, para una persona, para un sector productivo o para la toda una nación.
La pobreza solo se supera generando riqueza, no administrando el empobrecimiento colectivo a cuenta de los que generan actividad económica y puestos de trabajo.
El buen manejo de la economía consiste en lograr, bajo criterios métricos, prácticos y lógicos, el crecimiento de factores como la producción, distribución, comercio, consumo, movilidad, transacciones y el manejo de los recursos, bienes y servicios que tienen un valor y se negocian en mercados o directamente entre personas, empresas, corporaciones, organizaciones y Estados.
El análisis cuantitativo de la economía se refiere a un ejercicio matemático que procura obtener con márgenes de certeza estadísticamente válidos, un conocimiento cierto del resultado general o específico del comportamiento agregado o individual de cada uno de los factores anteriormente mencionados.
El buen ejercicio económico a la hora de hacer las cuentas y realizar proyecciones, debe propender siempre por la sumatoria de factores de multiplicación de los numeradores y ojalá nunca por los incrementos de denominadores o divisores.
El Estado debe ocuparse básicamente de dos cosas: Un manejo ortodoxo del erario, y mantener un conjunto de reglas que le permita a los particulares crecer por medio del emprendimiento y agregar valor al sistema macroeconómico.
Esto es, mantener un nivel de ingresos que garantice la satisfacción de las necesidades sociales en el tiempo, sin incurrir en costos operativos que comprometan sus finanzas y permitiendo que sea la actividad privada la que lo lleve a un balance macro-económico positivo.
Por lo anterior el intervencionismo de los mercados propio de los sistemas totalitarios, comunistas, socialistas o populistas, resulta asfixiando el emprendimiento y destruyendo las economías. De ello dan cuenta todas las historias de modelos de manejo ideológico de las arcas públicas durante los últimos 200 años o más.
Al Estado moderno que busque ser eficiente, le compete la debida regulación de sectores, facilitando y promoviendo el emprendimiento privado y las asociaciones publico privadas dentro del marco de la legalidad, y adoptando prácticas de manejo privadas que garanticen precisamente la no ideologización y politización de las decisiones, que atrofian el crecimiento de la economía.
El manejo de la economía es tan simple y factual como el de una billetera, una cuenta de T, una empresa o emprendimiento, en las economías domésticas o en una economía globalizada.
Los resultados positivos los determina el buen manejo de una función de ingresos y egresos y la ortodoxia o cuidado y respeto con que se manejen las fuentes de riqueza, los costos de producción u operación y los ahorros en función de obtener utilidades netas positivas. No es un tema ideológico, esotérico, ni filosófico. La economía es algo práctico simple y realista.
Hay una gran diferencia también entre los tipos de economistas. No deben manejar las economías de las naciones los académicos, ni mucho menos abogados o filósofos, sean ellos analistas de datos históricos o historiadores con nociones teóricas de economía, pero sin experiencia práctica en el ejercicio econométrico.
Es difícil un diálogo técnico, factual, cuantitativo y fundamentado en sentido común, entre quienes tienen una noción conservadora del manejo del riesgo y mentes arrogantes, irresponsables, sordas y sumidas en la negación, que tienen el entendimiento copado por odios, resentimientos, envidias, frustraciones y un inconmensurable deseo de protagonismo.
Es complejo razonar en términos marginales, con quienes solo se escuchan a si mismos, pues están embriagados por el estreno en el poder o el aberrante amancebamiento con el mismo, y más aún con quienes nunca han pagado una nómina, manejado un negocio próspero o con quienes se pasan una vida viviendo del erario, de la academia o de las entidades sin animo de lucro.
Está de moda en la región la distorsión de las realidades de la vida asociada a mecanismos de engaño a la población y de distracción politiquera.
Los políticos contemporáneos en su gran mayoría son bastante ignorantes. Su nivel de preparación y experiencia los lleva a valerse de una retórica caracterizada por dialécticas inversas que moldean a conveniencia el discurso populista.
Está de moda ocultar la ignorancia tras las máscaras del diálogo con quienes no respetan la ley, con terroristas y violentos, en procura de una paz surrealista. Premisas que se engañan a si mismas con relación lo que se vive en las calles, barrios y en los campos.
Poco importa el concepto satanizado de la seguridad nacional, sea ella humana, física, personal o ciudadana, alimentaria, energética, jurídica o la sumatoria de las anteriores entendiendo la seguridad como política de Estado.
Hoy en Latinoamérica hemos invertido los valores y los papeles dentro de la estructura de manejo con que se determina desde el Estado, la conducción de la sociedad.
Lo más triste es ver cómo las ambiciones personales de los líderes que elegimos en su gran mayoría, superan toda escala de valores incluido el marco de referencia legal.
Preocupa ver cómo, en lugar de la profesionalización y el avance de la meritocracia, emerge en toda la región latinoamericana una nueva burguesía chusmera. Con toda certeza si cerraran ministerios, tribunales y parlamentos, todas aquellas figuras de profesión políticos pasarían de inmediato a la condición permanente de desempleados.
Es así cómo hoy, se distorsiona la debida atención a las realidades básicas que demandan las circunstancias socio-económicas de las comunidades y se le entregan las responsabilidades legislativas, judiciales y administrativas a quienes supediten el conocimiento cuantitativo y la medición económica al proyecto ideológico, con el cual por lo general se disfraza cualquier realidad, con tal de obtener o controlar el poder o conseguir figuración y fama, así sea de manera escandalosa.
Justo cuando el conocimiento nos permite hablar con métricas macro-económicas y resultados numéricos irrefutables en un mundo interconectado, los intereses individuales o colectivos de la politiquería regional abandonaron la formación de políticas de Estado y se dedicaron a permitir que se coloque en el puesto del conductor de las economías y las sociedades, a los individuos que representan el problema, en el lugar de aquellos que por sus conocimientos y experiencia están capacitados para solucionarlo.
Dicho de otra manera, ahora es el enfermo el que resultó tratando al galeno. Y así no funcionan las cosas. Y es que, al mezclar la economía con la ideología, invertimos la lógica del conocimiento y la escala de valores éticos cuando elegimos o se nombran inexpertos, ignorantes, inescrupulosos, enfermos mentales o delincuentes incorregibles en la tarea de arreglar el problema social.
Estamos en la era del conocimiento y por ello es necesario buscar a los mejores hombres para tripular las naves económicas en que navegan hoy las naciones, y no seguir destruyendo economías, Estados, vidas y valores en virtud del engaño que representa esta farsa de la pureza democrática representativa.