El mamatoco entre la autocracia y la plutocracia
El sedicioso y su telaraña de bandidos no son más que el producto de nuestra propia alcahuetería anárquica y libertina, dejando la conducción del partidismo político y del Estado en manos de quienes viven de la política y sus reiterados tratos con la insurgencia.
De toda la gente tan capaz, profesional y buena que tiene este país, deben surgir otro tipo de fuerzas políticas descontaminadas que no sean partícipes del festín y el desorden que por décadas se ha dado la clase dirigente, la política tradicional y la mamertería, al vivir amancebadas con la anarquía, la burocracia y el libertinaje.
La política importa. Y no podemos caer en una trampa ideológica más profunda, resultado del nuevo concubinato romántico que ya empezamos a presenciar entre la dictadura disfrazada de autocracia y la plutocracia, representada por la clase dirigente política tradicional, la actual y la directiva gremial del país, todas caracterizadas por el inmediatismo y un protagonismo individualista, dentro del marco demagógico de lo políticamente correcto.
El sano ejercicio de la política debe brotar de una actividad orgánica y natural para bien de las comunidades, fundamentada en el cumplimiento de las obligaciones cívicas, de un trabajo social mancomunado entre los diversos actores que compiten por el mandato popular y que, al recibir la responsabilidad de administrarlo, se deben por igual a toda la nación sin que medien excusas ideológicas para no hacer lo correcto.
Un 2026 sin un rumbo predefinido es una profundización de la precaria realidad actual. La injusticia, la ilegalidad y el empobrecimiento en que estamos sumidos no aguantan “la cura de un cáncer con mejorales”. Seamos serios y no pongamos en las encuestas mediáticas a competir más payasitos a ver cuál repunta sin tener ni idea, ni estar realmente preparado para lo que demanda la conducción de una nación en llamas.
El país después de varios estupros electorales, no se merece más “reality shows” protagonizados por viciosos, por rumberitos, libertinos, gomelos inflados, ni viejos culebreros desgastados con una carreta caduca.
Anoten bien que este país y su democracia, si no es con una mano firme en todos los poderes del Estado bien apuntalada en la legalidad y con un pulso fuerte y constante, no tiene salida del hueco en que todos, con mayor o menor responsabilidad, lo mentimos.
El país requiere más ingenieros y menos abogados y reemplazar ideologías por tecnologías, y un respeto por las agendas minoritarias, pero sin que tengan que politizarse y primar sobre las libertades de las mayorías.
Por igual, ricos y pobres tenemos que trabajar y estudiar seis días a la semana, con patriotismo y con el buche lleno para podernos desatrasar en materia de producción, crecimiento y desarrollo. No más paja legislativa, no más amarillismo mediático, no más vagancia subvencionada, nomás cobardía detrás de las cuentas de X, cuando tanto el Estado como el sector privado productivo caen en la obsolescencia absoluta, por no digitalizarse y no tecnificarse.
Colombia no necesita revoluciones ni revolucionarios, ni deforestación, ni drogas ni la ilegalidad y la violencia que todo eso genera. Hay que apuntar a erradicar esa cultura.
Colombia necesita ejecutorias transformacionales, hechos reales y tangibles, y mucha atención a los problemas del día a día de la gente. A ningún puerto seguro arriba una nación sin seguridad, nutrición infantil, salud y altos niveles de productividad que demandan educación e infraestructura física y transformación tecnológica y digital.
No podemos seguir consintiendo delincuentes amparados por los mismos abusivos delfines y filipichines de siempre, ni por los sobornables leguleyos que jamás han presentado una ley beneficiosa, ni en manos de las críticas del pasado propias de las mismas sabiondas vedets económicas, que nunca han pagado una nómina ni pasado una angustia financiera.
Menos podemos seguirnos tragando las mentiras de quienes sin mérito propio, han sido graduados en medios como de profesión políticos, ni del mal remedo de los anteriores, representando por el progresismo que nos asfixia con la tóxica y desgastada dialéctica del populismo barato.
Perdón si piso algún callo inflamado, pero lo que está en juego no es sólo el poder, es el futuro de todo un país.