Hay épocas de vacas gordas y épocas de vacas flacas
Razonemos: Los ciclos históricos y económicos son realidades ineludibles. Como en el sueño del Faraón, los períodos de crisis, escasez, empobrecimiento y penalidades están representados por el proverbio popular de los “7 años de vacas flacas”.
El flotador de toda democracia está representado por el valor de su responsabilidad fiscal y a pesar de todos los problemas internos de violencia, narcoterrorismo, subdesarrollo y pobreza, para los colombianos, ha estado siempre primero la hacienda de la patria, que la de nuestros propios bolsillos.
Si algo nos ha caracterizado como nación es que el manejo de la economía ha sido siempre ortodoxo y cimentado en una rigurosa disciplina fiscal, lo cual se representa en niveles de deuda pública controlables, y en que siempre hemos cumplido con nuestras obligaciones. Elementos, que, a diferencia de muchas otras naciones en la región, nos han permitido mantener un sistema de libertades y valores democráticos por 200 años.
Hoy, necesitamos poder navegar un penoso período de vacas flacas, que apenas se empieza para seguir el viaje por el camino del desarrollo. Indiscutible es que los impuestos son asfixiantes, como vulgares son las exenciones, otra cosa es cuantos somos los que podemos pagar y cuantos los que efectivamente pagamos.
Todos los ciudadanos vamos a tener que bajarnos de la comodidad propia de los años de vacas gordas en que hemos tenido relativa abundancia, y empujar unidos el bus del Estado. De lo contrario nos vamos todos al precipicio y a partir del 2022 nos gobernará un populismo neo-bolivariano, que en lugar de liberar esclaviza, pues está visto que desayuna, almuerza y come estabilidad económica e institucionalidad democrática.
Hoy la situación fiscal y económica del país no difiere de la de un quirófano o una unidad de cuidados intensivos en la cual escasean la sangre y el oxigeno. Este es el momento de confiar en el galeno experimentado, no de supeditar las decisiones a la naturaleza transaccional del bazar clientelista parlamentario y de un poder judicial ideologizado y tristemente mediatizado.
No es el momento para argüir fundamentalismos expansivos, propios de los ciclos de vacas gordas. Entendamos que aquí para poder pasar leyes y reformas por el congreso históricamente llegamos al exabrupto de que el 77% de los gastos del Estado están atados a la constitución, y que luego hay que someter las decisiones administrativas al “mataculin” de unas cortes volubles y politizadas.
Es fácil y resulta notorio, salir a decirle a un gobierno democrático y respetuoso de la independencia de poderes, lo que un presidente puede o debe hacer, desde la comodidad de un chat privado, una cabina de radio, un noticiero televisivo o desde la nómina asegurada de una corbata burocrática gremial. El problema se acentúa cuando quienes rebuznan por moda, no se han leído ni una cartilla de economía doméstica y adolecen de experiencia, pues nunca han tenido la presión de mantener una nómina, menos en medio de una crisis.
Pasamos por el momento más crítico de nuestra historia, y es menester apelar a ese mismo llamado de unidad nacional que “puso a volar la paloma” en épocas de vacas gordas. Aquí nadie se atreve a cuestionar porqué hay que mantener en época de vacas flacas el importe que representa en el inflexible presupuesto anclado en la constitución, por la “cagadita” que nos cayó del cielo en la cara, a cuenta del vuelo de la paloma.
Ojo, que “el dulce no está para mordiscos” y tanta angurria individualista nos puede dejar sin dientes. Es hora de empezar, en democracia, que no bajo preceptos totalitarios, a pasar de una cultura evasiva a un estado contributivo. Valoremos ahora lo que hemos recibido por tantos años, la maravilla que es este país por imperfectas que sean muchas cosas, hagámoslo antes de que sea tarde.
No es el momento de anteponer el bolsillo propio al amor a Colombia, ni de salir huyendo a dividir los haberes por la tasa de cambio en otros horizontes donde también escasea el empleo. Entendamos que la gran mayoría no podemos darnos el lujo de abandonar nuestros emprendimientos independientemente de su magnitud o tamaño.
Hace seis meses todo era pánico y desconfianza, solo teníamos dos opciones; la quiebra absoluta o la puerta trasera de los hospitales. Hoy la ciencia y la tenacidad de nuestros médicos, enfermeras administradoras de la salud, de nuestro presidente y el equipo que está al comando del barco nos ha traído mal que bien hasta donde vamos, en medio de esta tormenta que sigue golpeando al mundo.
Llegó la pandemia y el gobierno responsablemente se la ha jugado entera por los ciudadanos menos favorecidos y por las empresas, por mantener el empleo privado y estatal, pues recordemos que, el Estado también es una gran empresa, la de todos.
Entendamos que todo en la vida tiene un costo. Pensar lo contrario es divagar entre la estupidez y la mezquindad propia de la ignorancia. Si el progreso tiene un costo, es iluso pensar que las catástrofes llegan sin cuenta de cobro. No sin pagar los costos pasa la civilización ni nación alguna por una Depresión Global.
Recibimos de Santos, por segunda ves, un erario altamente endeudado a cuenta de emitir deuda en dólares medio de una devaluación para encubrir sus inmoralidades, y luego a manos del COVID, aumentamos en dos dígitos largos el endeudamiento público, entramos forzados al indeseado Fondo Monetario Internacional, se le sacó la sangre a la hacienda y se le puso una transfusión a muchas personas y empresas que estaban colapsando. Los mercados le siguen creyendo al país y ni el FMI, ni el Banco Mundial, han criticado el necesario propósito de intervención social que en buena hora inició el gobierno de Duque.
El gobierno se endeudó y ha sido cuidadoso en el gasto sobre el cual tiene autonomía o control, tomó correctivos y dio incentivos con los que se salvaron muchos, no todos los negocios.
Aparecieron las vacunas y nuestros héroes más valientes se juegan a diario sus vidas y las de sus familias por mantener el servicio de salud colombiano. Ya nos salvaron de la muerte a los abuelos, ahora seguimos los padres y poco a poco, entre tumbos, vamos recuperado la confianza.
Los mercados le han creído a Colombia porque esta bien conducida. Es el momento de invertir en Colombia así sea a pérdida. Se los digo yo, una persona a la cual corrieron de este país las circunstancias adversas de los 80 y a la que le tocó llegar a Miami sin visa de trabajo a remangarme por 26 años entre la hostilidad de una tierra, una sociedad y una cultura ajena a la nuestra.
No vengan ahora a decir los inconscientes de siempre, que no es pertinente que TODOS nos bajemos del bus, nos remanguemos y ayudemos a empujar el carro del Estado.