Todo comenzó cuando el entonces ministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverri, utilizó una analogía para explicar los beneficios de una reforma constitucional que por esos días se tramitaba en el Congreso, la cual pretendía que las regalías se repartieran por todo el país -como la mermelada en un trozo de pan- y no que se quedaran concentradas en unas pocas regiones productoras que poco habían hecho con ellas en las décadas anteriores.
“Repartir la mermelada”, pronto mutó de un termino inocente, que describía la extensión los beneficios de los recursos públicos a toda la población y no a unos pocos, a un sinónimo de corrupción y despilfarro. La mutación, por supuesto, no fue espontánea: fue instigada por la oposición.
Santos, recordemos, había consolidado un pacto político de gran calado, la llamada Unidad Nacional, con aquellas personas que habían sido sus contrincantes durante la elección presidencial de 2010. Durante el primer mandato la Unidad Nacional se fundamentó en un acuerdo político y, en el segundo, en el proyecto de la paz. Esto no solo convirtió a muchos de los antiguos adversarios en fieles y efectivos escuderos del gobierno, sino que permitió la aprobación de un impresionante paquete de reformas y, más adelante, la implementación de los acuerdos de paz.
Curiosamente, lo que en cualquier otro país hubiera sido celebrado como un triunfo político, aquí se vio como un ejercicio de politiquería (quizás por la mala reputación de los pactos de corte “frentenacionalista”) y sirvió para que los miembros excluidos de la coalición edificaran el mito de la mermelada, que en su versión más cruda atribuía el apoyo parlamentario a una repartija politiquera puestos y dineros públicos.
La ironía del asunto es que la retórica alrededor de este tema -muy útil para hacer oposición y ganar elecciones- le cerró la capacidad de maniobra al nuevo gobierno que, apoyado en un partido minoritario, ha quedado aislado del Congreso con las consecuencias que ya todos conocemos: no se ha aprobado ninguna reforma legislativa de importancia y los ministros corren el riesgo de caer como moscas ante las mociones de censura.
Aunque ya es demasiado tarde para recuperar el significado original de la analogía de Echeverri, es importante aclarar qué es y qué no es mermelada. Una cosa es violar normas éticas para asegurar resultados políticos. Esto es inaceptable porque distorsiona el mandato de los electores y se aleja del interés general.
Otra, muy diferente, es invitar a los partidos políticos, así hubieran sido opositores, a formar parte del gobierno. Esto implica, como es obvio, que tengan representación en el gobierno, ya sean a nivel ministerial o de otra naturaleza- y que tengan la oportunidad de desarrollar sus propuestas de política pública, las cuales vienen en muchos casos, con iniciativas de gasto. Esto no solo es un ejercicio legítimo de la política, sino que es la política misma: el arte de hacer que cosas sean posibles.