Para el candidato del Pacto Histórico a la Alcaldía de Bogotá, el telenovelista Gustavo Bolívar, los miembros de la Policía Nacional son unos “cerdos”.
Así lo afirmó durante las protestas del llamado “estallido social”, del cual fue protagonista suministrando toda clase de implementos a los buenos muchachos de la Primera Línea -muchos de ellos hoy judicializados por terrorismo- y lo ratificó recientemente en una entrevista donde dijo no arrepentirse de sus palabras injuriosas.
El candidato petrista parece estar convencido de que insultar a la policía es una buena táctica electoral. Pero se equivoca en grande. Dos de cada tres bogotanos consideran que el peor problema de la ciudad es la inseguridad. No pasa un día sin algún acto tenebroso de sicariato, los robos y atracos colectivos ocurren a plena luz del día y la sensación de temor y desasosiego crece entre los habitantes.
En la narrativa simplista de la izquierda radical el crimen es una manifestación de la pobreza y exclusión causada por el “neoliberalismo”. Y la Policía, según ellos, no es más que el “instrumento de represión del capital”. Basta entonces con acabar con esto último, el capital y los capitalistas, para acabar con lo primero, el crimen. La causa de la causa es la causa de lo causado, como dirían los jesuitas.
Sin embargo, como en muchos otros temas, el petrismo plantea soluciones equivocadas con base en diagnósticos errados.
Ser pobre no lo hace a uno un criminal, eso debería ser obvio para quienes se dicen ser adalides de los más necesitados. De hecho, la mayoría de los delitos en la ciudad se cometen en los barrios populares y los más afectados son las personas más pobres. Y quienes los cometen no son los hambrientos sino los miembros de las bandas de crimen organizado, más de 250 en la capital, según algunos informes.
Purgar a la Policía de su alto mando, como hizo Petro cuando decapitó a veinticinco generales de la cúpula de la institución, desmontar el Esmad, recortar el presupuesto y desmantelar la dirección de inteligencia -consolidada después de décadas de lucha contra el narcotráfico- es exactamente lo contrario a lo que se requiere para mejorar la situación de inseguridad.
Es más, todos los analistas serios en la materia coinciden en que el número de policías en Bogotá es insuficiente. Bajo parámetros internacionales la capital necesitaría por lo menos cinco mil policías adicionales, 30% más de los que tiene en la actualidad.
Por otra parte, hay que dejar claro que este gobierno con su iniciativa de la “paz total” lo que está haciendo en tender un manto de impunidad general, donde se confunden los actores armados ilegales con los narcos y la lumpen criminalidad, dándoles a todos el mismo tratamiento condescendiente.
El próximo alcalde de Bogotá no puede ser una persona que deteste a la Policía, que la insulte con deleznables epítetos y que desprecie su sacrificio. Si el padrino de la Primera Línea llegase a ser el comandante de la Policía capitalina el grave problema de inseguridad de la ciudad estaría muy lejos de una solución.